sábado. 20.04.2024

Desde que Felipe II mandó a la Armada Invencible a invadir la Pérfida Albión no hemos levantado cabeza. Con el descalabro militar del pretencioso intento de hacernos con el control de las islas que más lata nos estaban dando comenzó el principio del fin. España no volvió a ser jamás lo que fue. Un golpe de mala fortuna en forma de tempestad terminó con las esperanzas del Imperio más poderoso de los que jamás han existido y que probablemente existirán en este mundo. Desde entonces los españoles entramos en una especie de laberinto del infortunio que ha marcado nuestro devenir y que ha determinado esa especie de filosofía victimista que tanto parece gustarnos. Con el fin de la Armada Invencible comenzó además el fin de nuestro control sobre los mares, la pérdida del poderío de nuestros imponentes barcos. Esta circunstancia, unida a ese victimismo que nos impide por ejemplo ganar un solo campeonato mundial o europeo de fútbol, se adueñó de todo lo demás. España pasó de superpotencia a minipotencia, y el resto de países nos perdieron el respeto.

Con estos antecedentes históricos se puede explicar que en 1999 la Unión Europea (UE) determinara que no era necesario renovar el acuerdo de pesca que se suscribía habitualmente con Marruecos desde que los españoles decidimos regalarles el banco canario-sahariano. El orondo Franz Fischler -es lo más parecido a Papá Noel que he visto de cerca- fue el ejecutor de un complot que tenía como único fin terminar con la flota española, asfixiar su floreciente negocio y abocar a los propietarios de sus naves al más lamentable de los desguaces. Un desguace subvencionado y bien pagado, eso sí. Todavía recuerdo la visita que nos hizo el comisario austriaco, su cara de profunda satisfacción cuando supervisaba el desastre que él mismo había creado. Arrogante y desafiante como pocos, se atrevió a venir a Lanzarote con una corbata llena de peces. Parecía que quería decir algo así como que ésos eran los únicos peces que volveríamos a ver. Un gran tipo.

Como las perspectivas de futuro sin un banco en el que poder echarle mano a las sardinas y a los atunes era más negro que Michael Jackson cuando era negro, nuestros pescadores no tuvieron más remedio que abandonar su oficio, y los armadores no tuvieron más remedio que acceder a destrozar sus barcos. Mandaron a quemar sus naves y terminaron con cualquier esperanza de recuperación del sector.

Cualquiera que pase por Puerto Naos estos días y recuerde la época dorada de la sardina y el atún se sorprenderá de la triste estampa que se observa. Ya no queda más que el recuerdo y el espacio vacío donde tendrían que apretujarse los barcos.

Pues bien, para ahondar en esa leyenda negra que nos acompaña desde que pasó lo de la Armada Invencible, apareció lo del perro apaleado, la decisión insólita de Bruselas de volver a negociar con Marruecos la posibilidad de establecer un nuevo acuerdo para faenar en el banco canario-sahariano (cada vez que escribo el nombre me sale un sarpullido).

¡Serán mamones! Perdón, quise decir puñeteros. Parecía que lo que querían era hacer pagar caro a España por lo que hizo la Inquisición en la época en la que en nuestra casa jamás se ponía el sol, o simplemente pensaron que somos mucho más bobos de lo que los más pesimistas podríamos pensar.

Luego se repartieron las licencias, y ahora estamos a la espera de que empiecen a faenar los barcos a los que se les ha dado el permiso, lo que parece un tímido intento de recuperar la flota con barcos nuevos. Lo único que nos faltaba es que el señor Fischler viniera a España a montar unos astilleros. Nos lo mereceríamos, por idiotas, porque este sí que es el verdadero Pirata del Caribe, y no el desafortunado Jack Sparrow. Si en su momento se hubiera peleado en condiciones, no se habría llegado jamás a esta situación.

Marruecos lo único que pretendía era tocar un poco más las narices de lo habitual, como es tradición en el reino de Mohamed VI, pero estaba dispuesta a seguir con un negocio que no sólo le aportaba millones de euros sino que le permitía mantener excelentes relaciones comerciales con la Vieja Europa. El Gobierno español fue incapaz de plantar cara y de buscar un acuerdo, y la pesca se fue a hacer puñetas. Comunidades como Canarias o Andalucía perdieron gran parte de sus oportunidades de supervivencia. No teníamos la Armada Invencible, pero sí que teníamos una gran flota. Ahora parece que alguien intenta remediar el desastre y ganar una pequeña batalla naval, pero me da la sensación de que el premio ya no es Inglaterra.

El Pirata del Caribe
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