Por Víctor Corcoba Herrero/ Escritor
Es de justicia que ante una catástrofe humanitaria se produzca la cooperación y colaboración de inmediato, pero hay asistencias como la preparación que se agradecen, sobre todo cuando surge la desgracia. Hoy por hoy, está visto que no afecta lo mismo un terremoto en un país que tenga edificios protegidos para este tipo de seísmos que otro que tenga chabolas.
El mundo se solidariza, en parte porque el dolor que entra por los ojos del corazón tiene un gran poder educativo, y lo hace ante el triste espectáculo de la ruina causada por el terremoto en Haití, país del Caribe que conviene recordar tiene la renta per cápita más baja de todo el hemisferio occidental, es decir, que puede decirse que es el más pobre de América. Es necesario destinar mayores recursos al desarrollo. Haití por si misma ya era una ruina. Los desastres nunca vienen solos. La miseria es tan grande que se sienten olvidados e incluso rechazados por el mundo. Por ello, tal vez lo más esperanzador sea compartir primero su sufrimiento, que sientan en verdad nuestro calor humano de ayuda, tanto afectiva (de abrigo) como efectiva en auxilios materiales.
Por desgracia, estamos siendo testigos de la creación de un mundo en el que la avaricia de unos pocos está dejando a la mayoría en los márgenes de la historia. En el amor, sólo en el amor auténtico, se encuentra la clave de toda esperanza, la mejor ayuda humanitaria. Los calvarios en Haití se multiplican, pero los haitianos nacientes o de adopción, han de saber que existe en todos nosotros un fondo de humanidad que se va haciendo cultura y cultivo. Sin duda, esta actitud solidariamente humana les dará fuerza para levantar cabeza.