jueves. 25.04.2024

Por Manuel Fresnadillo

Me pregunto si servirá para algo la manifestación que hubo el día 23 de febrero. Ya hubo una en nuestra capital en julio (creo recordar) que fue masiva, ¿Tuvo alguna repercusión? ¿Cambió algo? La respuesta es no. La del día 23F seguirá los mismos pasos, es decir, los de la inocuidad política. Ni a la clase política (digo clase porque la figura del político como particularidad ha desaparecido) ni al poder económico las manifestaciones no le producen ni el más mínimo daño. Es más, las marchas callejeras repletas de gritos sin destino ya forman parte del sistema, hacerlas es reproducirlo. El poder ya las tiene en su contabilidad.

Aún así, algunos me pueden responder que más vale algo que nada, y yo les digo que ese algo lo que consigue realmente es dilapidar ilusiones, la complacencia letal de muchos y apartarse de la respuesta más efectiva. ¿Qué hacer entonces? porque no basta negar, me dirán. Y yo les vuelvo a decir que hay que darse cuenta de que la negación es imprescindible para avanzar, porque prepara la potencialidad del hacer; la afirmación sin negación es realmente reproducir lo dado y esto sigue encadenando a muchísimos seres humanos. Repito, ¿Qué hacer? Antes de contestar, y no de manera exhaustiva, es conveniente describir las fuerzas de lucha organizadas que en esta Isla y en Canarias tenemos. Por un lado, los colectivos sociales, que son los más que se mueven, los más insertos en la realidad pura y dura, la que se aleja de los despachos y del exceso de oralidad tan frecuente en los partidos políticos. Pero en esto hay que hacer una excepción. Algunos colectivos de más contenido político que otros también han aprendido de los partidos y han caído en la inercia, en el corsé de una ideología anclada en el pasado. Todas las acciones que diseñen este tipo de colectivos estarán lastradas por el pasado. El conocimiento del pasado es valioso para conocer el presente pero no prepara el futuro. Luego tenemos a la izquierda, desorganizada y dispersa; Izquierda Unida por un lado y los partidos enanos por otro.

Aquélla tiene su mirada puesta en el poder, por ende, no esperemos mucho de ella, porque una de las características del poder es que se quiere disfrutar en solitario. Por eso, nada de sumar fuerzas con los demás. Es decir, la tan esperada y anunciada unión de la izquierda si se produce será poco operativa y de escaso impacto mediático, ya que serán muy pocos. Ese frente amplio que algunos están empeñados en construir desde hace mucho tiempo, de momento no se ve por ningún lado, no se acaba de visibilizar e Izquierda unida haciendo un alarde de vanidad ridícula lo desdeña. No parece, pues, que por la vía del poder se pueda ni siquiera pergeñar un auténtico cambio. Pero muchos -la mayoría- dicen que hay que tomar el poder. Craso error. Es precisamente el poder y su lógica implacable de la cual se autoalimenta, lo que produce en quienes lo toman la enajenación de la vida y de lo viviente. Si queremos acabar con las relaciones de poder ¡Cómo vamos a tomar el poder!

Somos los ciudadanos, los que nos creemos y asumimos que lo somos, los que tenemos que arreglar esto. Para eso no nos queda otro remedio que ser valientes y apartarse de lo fácil, de lo trillado. Valientes para negar al miedo, basamento de la perpetuación del poder; éste zozobraría si el miedo se erradicase de la faz y del corazón de de los ciudadanos. Sabido ésto, hay que obrar en consecuencia, responder con actos que no estén en el guión. Hay que morder, no ladrar. Las acciones tendrán que tener algún tipo de violencia, y no me refiero ni a las bombas ni a los tiros. Violento es lo que desarticula las propias entrañas del sistema. Violento fue lo que hizo Diego Cañamero y Sánchez Gordillo al "atracar" (el lenguaje que usa el sistema para descalificarlo) al coger comida y víveres para los que carecen no solo de derechos sino de lo que es más grave, de sustento. ¿O es que la violencia solo es patrimonio de los bancos y políticos cuando expulsan a la gente de sus casas? ¿O cuando la policía infringe daño a quien solo grita? ¿O cuando se deja morir al que no tiene nada, al llamado indigente? El 15M fue demasiado pacifista. Hay que destruir la gramática del poder. Hay que desobedecer. Ir hacia la insumisión. Ser violento con nuestros actos no con las manos. Y es que queda tanto por hacer. Hagámoslo, carajo

El 23F, más de lo mismo
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