jueves. 28.03.2024

Por Víctor Corcoba Herrero

Ya en su tiempo decía el escritor francés Honoré de Balzac, que cuando acaecían grandes crisis como las que sobrellevamos en el momento actual, sucedían irremediablemente hechos contrapuestos, capaces de destrozar vidas humanas o de curtirlas. La realidad es la que es. El aluvión de transformaciones que vivimos, aparte de que todo cambio nos genere de manera innata incertidumbre, se agrava cuando cada uno quiere imponer una ética individualista, o sea su verdad, e imponer su propio juicio de valor sobre todos los demás. La cuestión no es, pues, que la mutación se produzca, que ha de producirse, sino cómo se produce y qué hay detrás de todo ello. Alguien dijo que en esta vida hay que morir varias veces para después renacer. Quizás no le falte razón. Y las crisis, aunque atemorizan sobre todo en un primer momento, cuando menos han de servirnos para la reflexión. Todas ellas, las que ocurren tanto a un nivel personal como social, han de ayudarnos con su lección a entenderse y entendernos. ¿Quién no ha tenido alguna vez, por ejemplo, una crisis de entusiasmo? Por cierto, entusiasmarse es un signo de salud espiritual, que tal vez tengamos aparcado, y que es vital para evadirse de los apuros.

Está visto que sin el cultivo de una cultura enraizada en la autenticidad del ser humano como tal, sin una razón ética, se tuercen valores, se tergiversan derechos y deberes, hasta los mismismos principios rectores de la política social y económica. Se puede pensar, con toda lógica, que crisis hubo y habrá siempre, la cuestión es saber salir y cómo ha de salirse de ella. A mi juicio, no se trata de convidarse con un optimismo ingenuo como pretenden inyectarnos algunos políticos, sino en apoyarse en la fuerza de la solidaridad, de la comprensión, en saber ponerse en el lugar del otro para tenderle una mano, en dar razones en definitiva para luchar y vivir, para que no se tronche el corazón de ningún ser humano.

Acusa la crisis el mundo entero. Creo que es cierto. Soy de los que piensa que nadie se queda a salvo, inclusive nuestro propio hábitat, que para nada tiene culpa de nuestras tropelías. Nos lo recordaba hace unos días con motivo de la Semana Verde, la conferencia anual más importante sobre política ambiental europea, Stavros Dimas, comisario europeo de Medio Ambiente, diciendo que la Humanidad está consumiendo los recursos naturales de la tierra a un ritmo alarmante, siendo todavía pocas las personas conscientes de la velocidad a la que esto sucede. La inconsciencia nos puede. Producimos más residuos de los que podemos reciclar de forma útil y es necesario actuar con urgencia para sensibilizar aún más al público y a los políticos, a fin de poder invertir estas tendencias. Es el efecto de una profunda crisis moral, que pasa de todo, de remediar la equivocación de un desarrollo desmedido que no tiene en cuenta el ambiente natural, sus límites, sus leyes y su armonía, especialmente en cuanto se refiere al uso-abuso del progreso científico-tecnológico. El planeta es otra víctima más de nuestra pérdida de papeles, sufre a causa del egoísmo humano y nadie parece avergonzarse.

Asimismo, en el ámbito del desarme, se multiplican los síntomas de una crisis progresiva, vinculada a las dificultades en las negociaciones sobre las armas convencionales así como sobre las armas de destrucción masiva, y, por otra parte, al aumento de los gastos militares a escala mundial. Pienso que estas cuestiones de seguridad, acrecentadas por el terrorismo mundial que es necesario condenar firmemente, deben tratarse con un enfoque honesto. Causa bochorno saber que si hay un sector que no da síntomas de acusar la crisis, ni siquiera la desaceleración que vocifera nuestro presidente del gobierno, es el del armamento. Los datos son los que son. En el primer semestre del año pasado las exportaciones de material militar español ascendieron a 678,4 millones de euros, un 54,6% más que en el mismo periodo del año anterior. Desde luego, nadie me negará que sea un incremento más que notable, teniendo en cuenta que 2006 marcó ya un récord histórico en las ventas de armas españolas, que se duplicaron respecto a la media de años anteriores. A mi juicio, otra inmoralidad más que se nos sirve en bandeja con verdadera frescura.

Por lo que se refiere a las crisis humanitarias, hoy es tan acentuada que, los mismos países se encuentran a veces desbordados y no dan abasto a proporcionar asistencia a tantas víctimas. Millones de personas se ven obligados a diario a huir de su lugar, de su propia familia, debido a violencias de género o a buscar condiciones de vida más dignas. Me parece una estupidez pensar que los fenómenos migratorios, como algún político ha dicho, puedan ser bloqueados o controlados simplemente por la ley de la selva. Las migraciones y los problemas que estos flujos generan, hay que afrontarlos humanamente, con justicia sí, pero también con una carga de compasión. La crisis alimentaria, de familia, y tantas otras protecciones que se encuentran abandonadas, son desafíos del mundo actual que no admiten ya más cinismo, sino soluciones claras y contundentes.

Volviendo la mirada a nuestro país, donde un buen puñado de españoles cada día tienen que seguir apretándose el cinturón para sanear sus economías ante la tremenda crisis financiera, se me ocurre pensar que los gobiernos deberían hacer lo propio para inyectar políticas sociales en favor de los económicamente más débiles. Está visto que la productividad y el pelotazo no pueden ser la única medida del progreso; en efecto, el desarrollo sólo es auténtico si redunda en beneficio de la colectividad. El verdadero avance exige, por ética y sentido común, que se considere a todos los seres humanos para que las desigualdades sociales se estrechen. De lo contrario, estaremos ante un crecimiento económico artificial, como tal vez lo estamos. La ciudadanía y los gobiernos son dos realidades que han de estar íntimamente unidas en su ser globalizador y en su destino globalizante. Por este motivo, a sabiendas de que no hay crisis de la que no se pueda salir, lo mismo que un caminante no puede abandonar sus razones de hacer su camino compartido y de seguir adelante sin caer en una angustia dramática, considero que para atajar todos estos males sería saludable tomar el auténtico sentido moral y hacer mundo con él. Allá donde la ética no habita, falta el ánimo de hacer comunidad y sobra el desanimo que se hace gobierno en la persona. El problema, pues, no es la crisis, sino la integridad con la que hemos de curtirnos. Auxiliar a los que tienen el corazón ya en un puño, es el primer paso.

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EN LAS GRANDES CRISIS, EL CORAZÓN SE ROMPE O SE CURTE
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