jueves. 18.04.2024

1.- Ya saben ustedes que el primer día de la semana no hago nada y que prolongo mi ocio desde el viernes hasta el lunes. Estoy jubilado, por lo que tengo derecho al ocio todas las semanas del año, pero en realidad a un periodista le resulta difícil jubilarse, aunque lo que escriba sea ad amorem. Les pasa a los médicos, y a los abogados, siempre curan, siempre aconsejan, aunque hayan cerrado sus despachos. Les ocurre a muchos profesionales. Ayer escribí para el “Diario de Avisos” un artículo que para mí resultó emotivo. Como muchos domingos, fui al rastro, a ver si cazaba unos polos chinos de imitación de una gran marca, que resultan de mejor calidad y más resistentes a los lavados que los auténticos. Los encontré, pero seguí dando una vuelta por los puestos de cosas viejas y raras y hallé dos diplomas pertenecientes a una persona a la que conocí y aprecié. Dos diplomas. Lo cuento en el “Diario de Avisos” el miércoles, así que les remito a dicho periódico y a ese día. Me dio pena, tristeza, que los objetos preciados de las personas muertas acaben arrimados en un puesto del rastro, a expensas de quien los quiera comprar, por cinco euros cada uno, como fue mi caso. Si la vida de uno no vale nada, mucho menos valen sus efectos personales, cosas que han colgado de la pared de sus despachos durante media vida o que hayan decorado la habitación de un hogar. Hablo de cuadros, adornos, diplomas, generalmente obtenidos en derribos de viviendas, desalojos o en algún contenedor dejado de la mano de Dios.

2.- Han corrido ríos de tinta en este país con el caso de la infanta Cristina y de su marido. Si les digo la verdad, no me alegro de la condena de Urdangarín, ya lo he dicho. ¿Cuántos no se han aprovechado de su posición social en este país y no han obtenido castigo? Y me alegro mucho de la absolución de la infanta, una chica educada, que no ha hecho daño a nadie y que es la hija de un rey. No sentimos respeto por nada, por eso abandonamos en el rastro lo más preciado, como es un título, o un recuerdo de familia. Si les sigo la verdad, disfruto recorriendo esos puestos, el domingo en medio de una ligera llovizna, en los que encuentro hasta libros interesantes, algunos sin abrir. Un rastro es una gran caja de sorpresas. El otro día compré una caja vacía de munición de la OTAN. ¿De dónde viene eso? La limpié y me quedó preciosa. Y un artilugio para hacer adoquines, fabricado en Bruselas, que también he restaurado y resulta como una caja fuerte, en la que no hay nada que guardar.

3.- Procuro que mis domingos no sean aburridos, porque lo que me queda de vida quiero divertirme, o al menos no sufrir. Me encontré a Dámaso Arteaga en el rastro, el domingo. El concejal de Santa Cruz me saludó con su efusividad de siempre. Aprecio mucho a Dámaso. Pero normalmente no me encuentro a nadie conocido, seguramente porque los tiempos cambian, la gente se muere y ya no sé de casi nadie. Cuento en el periódico de papel citado –y supongo que en su digital— la escasa distancia que hay entre el fulgor y la gloria y la tragedia, que es la desaparición. Esos diplomas decoraron alguna vez un despacho. Y nadie los recuperó, a la muerte de su titular. Yo tengo colgado desde hace muchos años en el mío mis diplomas, los de mi padre y hasta el título de abogado de mi bisabuelo. Creo que era mi obligación salvarlos de alguna quema. El rastro es la mejor terapia para combatir el tedio dominical. Estás en un Santa Cruz lleno de baratijas pero también de cosas interesantes, como un proyector de Super 8 que compré por treinta euros, sin usar. Lo he restaurado con mis propias manos, lo he limpiado y parece de fábrica. En fin, puede que un día me vea superado por mi complejo de Diógenes. Puede.

Domingos más que aburridos
Comentarios