viernes. 19.04.2024

Hace unos días, el Diputado del Común en Canarias dio a conocer a la prensa un nuevo informe o memoria, no recuerdo ahora. Confieso que no le presté mayor atención, o muy poquita tirando a nada. No creo en esa figura. En su capacidad real para solucionar algo, quiero decir.

A principios de 2005 se cumplieron los 20 años de la creación de la figura o figurín del Diputado de marras. 21 años ahora, en 2006, que tampoco es nada, si hacemos caso del tópico del tango. Justo lo mismito que han hecho todos y cada uno de los Diputados del Común por el común de los mortales insulares: nada de nada.

Coincidiendo con la veinteañera efeméride, el actual ocupante de ese cargo con pocas cargas laborales, don Manuel Alcaide, aprovechó para lamentar que la ciudadanía apenas conoce su labor. Aunque a lo peor habría que preguntarse si es que acaso la hay (la labor), por ventura. Alcaide, además, se quejaba de cierta soledad, aunque la suya es en cualquier caso una soledad bien remunerada. No hay mal que por bien no venga, cristiano. Y el que no se consuela con ese sueldo es porque no quiere... o porque está muy mal acostumbrado a sueldos mayores.

En su última visita a esta pobre islita rica sin gobierno conocido, el propio Manuel Alcaide que viste y calza afirmó, sin sonrojarse siquiera, que los conejeros nos quejamos poco ante esa institución que él representa. De hecho son/somos los que menos nos quejamos de entre todos los canarios que habitamos este archipiélago atlántico. Lo cual es tanto como decir que los de Lanzarote somos conejeros, sí, pero no tontos del todo. De toletes irrecuperables sería que los conejeros hiciéramos el conejo o el canelo acudiendo en amparo de una pomposa institución que no consta que le haya arreglado un problema serio a nadie. Hasta ahí podíamos llegar, caballero.

Con el poco tiempo que tenemos para atender los asuntos serios, como para perderlo después en bromitas y demás boberías bobas, como dice con tanta redundancia como sabiduría el canario viejo.

Puestos a hacer memoria de la intrahistoria del cargo, conviene recordar que el periférico Defensor del Pueblo sin defensa conocida, el mencionado y afamado jurista Manuel Alcaide, sustituyó en su momento en el mullido puesto a Fernando Giménez Navarro, que a su vez había relevado en su día del mismo sillón a Arcadio Díaz Tejera, y éste al pionero, primigenio y palmero Luis Cobiella, si no me traiciona mi inconstante memoria. Todos nombres de hombres, si se fijan. Total, que a estas alturas de la comedia, las feministas y las feminoides deberían estar a puntito de poner el grito en el cielo, puesto que todavía no hemos tenido en las islas a ninguna Diputada del Común (o "de la Comuna", por aquello del lenguaje políticamente estúpido).

La reciente historia política de España ha demostrado empíricamente que el mencionado Defensor del Pueblo es, antes que nada, defensor de su propio cargo. Así mismito lo vino a demostrar tiempito atrás Enrique Múgica a cuenta de la Ley de Extranjería: el presunto socialista, nombrado durante el Gobierno de don José María Aznar López como Defensor del Pueblo (del Pueblo de aquí, no del extranjero), no le iba a hacer el feo al ya ex presidente español de llevarle la contraria a quien le había colocado en el puesto. Es de bien nacidos ser agradecidos, como es fama. Y Múgica no dijo ni mu ni osó morder la mano que por aquel entonces le empezaba a dar de comer más y mejor que antes. No hay que reprochárselo a Múgica, que es una persona a la que en realidad tengo en alta estima. En su situación, me malicio que la mayoría de los españoles hubiera o hubiese hecho lo mismo.

En Canarias, al supuesto Defensor del Pueblo lo hemos dado en llamar, como queda dicho, Diputado del Común, que tampoco es mal chiste. Pero en la "buena labor" del Diputado del Común sólo cree él (es el único que ve un resultado palpable o tangible: cobra a final de mes). Por lo demás, nadie más. Y de igual manera que el sentido común es el menos común de los sentidos, queda claro también que el Diputado del Común es el menos común de los diputados. No se tiene público conocimiento de que se haya defendido, ayudado o arreglado algo a ningún canario desde la citada institución teóricamente benéfica, que al final sólo se revela como una magnífica excusa -otra más- para crear un cargo innecesario con el que justificar el enganche del amigote de turno y los adjuntos de éste. ¿Y para tan corto viaje tantas alforjas? ([email protected]).

Dis-putado del Común
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