viernes. 19.04.2024

Víctor Corcoba Herrero

Ya Voltaire, en su tiempo, dijo: “que si Dios no existiera, sería necesario inventarlo”. Esto debieron pensarlo jóvenes universitarios que están dispuestos a empapelar las universidades madrileñas con preguntas como estas: “Dios... ¿estás ahí?” o “¿Universidad para buscar la verdad? Las interpelaciones tienen miga en un momento de total desconfianza ante los valores tradicionales, donde trabajar buscando sólo a Dios no está bien visto, y, en cambio, sí mendigar los halagos de las personas, el aplauso del poder. A mi me parece bien que desde el espacio universitario se interrogue la juventud, y también nos interroguemos los que peinamos canas, haciendo honor a su histórica cátedra. Personalmente, declaro debilidad hacia ese Dios que mira las manos limpias, no las llenas.

Conviene tener en cuenta el evidente cambio cultural que vivimos, rompedores a veces con la ancestral cultura de la universidad y con las mismas raíces cristianas. Desde luego, pienso que todas estas rupturas requieren una reflexión continua sobre una serie de cuestiones fundamentales, como pueden ser los conflictos surgidos entre normativas inherentes a la naturaleza misma del ser humano con otras generadas por el hombre mismo en el contexto de un sistema productivo injusto, que excluye y fagocita libertades, que insensibiliza y atrofia.

La globalización exige ensancharse en altura de miras y también en nuestra comprensión de racionalidad hacia todos. En este sentido, también creo que no hay espacio mejor, que el universitario, para dar luz a esa búsqueda de la verdad desde la exhortación. Pienso que las aulas universitarias, lejos de ser laboratorios culturales, se encierran demasiado en el ámbito puramente curricular, obviando el asombro del descubrimiento con ideas preconcebidas y mezquinos saberes reductivos.

Converger conocimientos es lo suyo, demandar ante el letargo de ideas como lo hacen esos jóvenes universitarios madrileños, reclamando nuestra atención a través de sus interrogaciones, me parece cuando menos saludable para huir de cebos que invitan a no pensar más, a huir del esfuerzo y del afán por lo auténtico, para abandonarse a un falso disfrute. Desde luego, en esa máscara de divertimentos, en el que hasta uno debe de dejar ser uno mismo, no se puede ver a Dios, por mucho que todo hable de Él, y tampoco con los ojos de una sabiduría fragmentada, algo propio de una universidad que suele estar desvinculada de las grandes instituciones culturales u otros centros de pensamiento. La receta extendida por Santa Teresa es, verdaderamente, una fórmula a tener en cuenta: “Quien a Dios tiene, nada le falta. Sólo Dios basta”. Ahora, a juzgar por algunas andanzas, parece que hasta en la misma universidad le mataron.

Dios...¿estás ahí?
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