viernes. 19.04.2024

Por Andrés Chaves

1.- Durante cuarenta y ocho horas de mi vida he mezclado el día con la noche y me he dedicado a dormir, sin teléfonos móviles ni fijos a la vista, con los artículos hechos, los programas de la radio grabados y sin conciencia de lo que ocurría en el mundo. Tan solo me despertaba levemente para orinar, engullir la siguiente pastilla y tomarme un zumo de naranja o un vaso de agua. Soñé todo lo que tenía pendiente, no leí los periódicos ni vi la televisión, ni tampoco escuché la radio. Les aseguro que ha sido una experiencia magnífica, porque sentía ruidos lejanos, que no atendía, confundiéndolos con los del otro mundo. Transité túneles, aires, mares, viajé, viajé mucho, y me transporté al pasado. En un momento me vi despachando gasolina en el surtidor de Roque el patudo, en la plaza del Charco, comprando alcayatas en la Viuda de Yanes y aprendiendo a conducir en los furgones del gas butano que mi abuelo Domingo representaba en la zona Norte de la isla. Escuché por la radio la muerte de Kennedy , porque mi abuelo me vino a buscar al callejón de Quintana (vulgo, Canal de Suez), donde me encontraba jugando a los boliches con las vidriolas venezolanas obtenidas en el mercado negro. Mi abuelo Pedro decía que aquello era la guerra y el alcalde mandó limpiar los nidos de ametralladoras desplegados a lo largo de la costa, como si el mundo en guerra que se vislumbrara dependiera de aquellos mazacotes en los que apenas cabía media docena de personas. Todos creímos ver cruceros de la Armada en el horizonte, todos sentimos un inexistente movimiento de tropas en la isla, todos pegábamos la oreja a Radio España Independiente, Estación Pirenaica, a ver si Franco iba a caer también. La emisora se equivocaba tanto como aquella otra, la que lleva el nombre de José Martí, financiada por la CIA para tumbarse a Fidel . A Fidel no se lo tumba nadie, sino la vejez, que es un enemigo implacable. A Franco se lo tumbó, no sin trabajo, el brazo de Santa Teresa . Lo cierto es que también soñé con la Radio Pirenaica, que emitía en onda corta desde Praga y que mi abuelo, que simpatizaba con el régimen, ni tampoco mi padre, me impidieron jamás escuchar. Eso sí, me decían: "no la pongas muy alta, por si acaso". Ninguno de los dos, eso es verdad, recibió una peseta del régimen franquista, ni hicieron daño a nadie -todo lo contrario-- y eso les honra. Incluso mi otro abuelo, Domingo , escondió en su casa a un cura, creo que un jesuita, el padre De la Vega , al que los republicanos violentos de los días antes a la guerra civil querían zurrarle la badana. Estuvo un par de semanas viviendo en un desván, bien alimentado. Soñé, en estos días de postración química, con el cura (que no conocí) y con sus poesías, entre ellas una muy hermosa dedicada al Puerto de la Cruz.

2.- Estos dos días de sueño provocado y profundo me brindaron un estupendo pasaporte al pasado, sin aduanas ni haciendas, sin políticos ni otros alborotadores, sino gente que te abría los caminos del tiempo, tan parecidos a las veredas de La Victoria, llenas de flores de primavera, de almendros en flor y de pájaros de plumajes hermosos. Todo eso figuraba en los sueños -que fueron varios- de mis dos días especiales, vividos casi siempre en la isla. Aunque tuve oportunidad de coger algún efímero avión e irme y volver, para contemplar las guerras desde arriba, sin riesgos ni francotiradores, y comprobar lo terribles que son, vividas tan de cerca. Así que fui corresponsal de guerra, pero desde un palco, y vi todo aquello tan cruel y tan ruidoso. Pedí al genio de los sueños que me regresara a casa para seguir durmiendo como Dios manda, y así lo hizo; y fue entonces cuando me volvió al cuerpo la placidez. Cuando tomé la naranjada de por la mañana (de noche está prohibida), y volví a transportarme al mundo de los sueños, me vi sacando a gente exhausta, casi ahogada, en la Laja de la Sal, en Martiánez, que es a donde van a parar todos los bañistas que arrastra la corriente de la playa de Martiánez. Entre esas personas había una joven bellísima, a la que salvé de morir ahogada y ya nunca me abandonó hasta que terminó el sueño. Fue como una breve luna de miel. Como mi sombra de más de un día.

3.- Tampoco me traicionaron los sueños más contumaces y tradicionales, que me acompañan siempre desde que era niño y que ya he contado a ustedes alguna vez, con la intención -no culminada- de que me los expliquen. Da igual. Me hubiera gustado haber filmado mi niñez y mi infancia en una vieja cámara de 8 milímetros. No fue así, aunque tengo algunos testimonios muy hermosos de aquellos tiempos. Porque los sesenta fueron inimitables; ninguna década más importante en la vida del hombre de hoy, ninguna más transgresora; ninguna más audaz, más alegre, más hermosa. Mis sueños son sueños de los sesenta. Hoy, que es domingo, estaré soñando por las aguas de la isla, con la cara al viento -como aquella de Raimon -, y la esperanza de volver a soñar, esta vez sin inducciones químicas, sino con la espontánea física del viento. De los sesenta siempre me quedarán las fotos, como a Ilsa y a Rick les quedaba el París añorado de su vieja Casablanca.

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Días de sueño
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