jueves. 28.03.2024

Los acontecimientos políticos de los últimos días le hacen a uno no saber por dónde agarrar la actualidad informativa. Por fin el ministro de Justicia, Juan Fernando López Aguilar, ha dejado de serlo, y le sustituirá el fiscal Mariano Fernández Bermejo (el gozo en un pozo de Arcadio Díaz Tejera, que ya se veía como sustituto, y al traste con la promesa de ZP de tener un ministro canario en su gabinete); por fin nos estamos enterando ya de que pase lo que pase en las elecciones Coalición Canaria (CC) terminará gobernando (seguramente con el Partido Popular (PP) en un pacto que los malpensados ven cerrado); por fin sabemos que no sabemos nada sobre los múltiples follones internos de todos los partidos que terminarán quebrándonos la cabeza a los que queremos ir a votar...

Pero hoy no quería escribir sobre esto, quería escribir sobre una cuestión que dejé pendiente antes de marcharme a Madrid para cubrir la Feria Internacional de Turismo (FITUR). Por cierto, que es la primera vez en los trece años que he cubierto este evento que he visto a todo el mundo trabajando, que no he visto a nadie que sobrara o desentonara, que no he visto despilfarro de dinero público. A ver si sigue la cosa así. En este día en el que el país vive todavía conmocionado por la repentina muerte de la hermana de la Princesa de Asturias -no estoy de acuerdo con aquellos que están pidiendo que no se dé relevancia a un asunto de estas características-, quería escribir sobre el uso torticero que se hace de cuestiones tan importantes como puede ser la lucha contra el terrorismo.

Seguí en su día con verdadero deleite la puesta en escena en el Congreso de los Diputados de la tremenda burla que el Partido Nacionalista Vasco (PNV) hizo a la mayoría de los ciudadanos de este país que aunque a muchos les fastidie se sigue llamando España -ya en tiempos de Felipe González, cuando se necesitaba ser políticamente correcto y estar a bien con los imprescindibles nacionalismos, se sustituyó la palabra España por “este país”, lo que provocó no pocos enfrentamientos con el entonces emergente PP de un joven José María Aznar López que no apuntaba ni de lejos las maneras del duro y hierático presidente que posteriormente fue-, su idea de separar Euskadi del resto de las comunidades. Ahora, en la época del talante y de la fidelidad a la palabra dada, ZP permitió, y no seré yo el que se lo censure, que los nacionalismos a los que tanto necesitaba para gobernar se movieran demasiadas veces por la peligrosa cuerda del independentismo. Que lo haga la Esquerra Republicana de Cataluña (ERC) de Carod Rovira y compañía tiene un pase, porque se trata de una formación abiertamente declarada antiespañola, antimonárquica, antidrogas de pago y anti un montón de cosas más que no disimulan. Ahora, que lo haga una formación política como el PNV tiene bastante más delito, sobre todo cuando, como se reconoce en el formidable programa de la televisión vasca “Vaya Semanita” -sorprende la libertad con la que trabajan sus atrevidos guionistas-, llevan años instalados de forma cómoda en el Gobierno con mayor independencia de los que existen actualmente en el marco autonómico español, sin posibilidad cierta de alternancia a la vista.

Que el lehendakari, Juan José Ibarretxe, acudiera al Congreso de los Diputados para exponer las razones que entiende que hay que aceptar para que Euskadi se convierta en un Estado libre asociado tuvo por objeto única y exclusivamente permitir que el PNV se siga perpetuando en el poder por los siglos de los siglos, amén. El PNV, partido que fundó el controvertido Sabino Arana en el siglo XIX y al que curiosamente perteneció el abuelo de José María Aznar, como le recordó al ex presidente del Gobierno un brillante Anasagasti en una de esas largas sesiones parlamentarias de las que sólo estábamos pendientes unos pocos fanáticos de la política, no es más que la formación que representa al centro-derecha vasco, es decir, a los que tienen las perras. Y ya sabemos que los que tienen las perras no suelen ser bobos, y buscan, sobre todo, la tranquilidad y la estabilidad. Lo contrario, la intranquilidad y la inestabilidad es la que llegaría irremisiblemente si saliera adelante el plan secesionista que en teoría y con la boca pequeña defiende el PNV, especialmente el sector más radical que encabeza Arzalluz y compañía. Como el otro sector, en el que se encuentra la gente menos radical y más sensata del PNV (Ibarretxe, Imaz o Atutxa), sabe perfectamente que ni ellos ni sus hijos ni los hijos de sus hijos verán un Euskadi independiente del que denominan siempre como Estado español, se consintió el paripé, sobre todo porque son conscientes de la rentabilidad política que se obtuvo de ello. Sólo el dar el coñazo, el ser constantemente centro de atención de todos los medios nacionales e internacionales, les garantiza un nuevo triunfo electoral. Como se lo garantiza la pantomima que han hecho jaleando la entrada y salida de Ibarretxe de los juzgados por sus medidas y meditadas conversaciones con Batasuna. Todo, pura estrategia electoral, perfectamente diseñada y medida. A eso hay que unir la torpeza de socialistas y populares, que desde luego no saben cómo enganchar con el verdadero sentimiento del electorado vasco.

Dicho todo esto, me gustaría extraer algo positivo del mensaje de Ibarretxe.

Efectivamente, España es un país en constante evolución, por suerte para los que no creemos en los inmovilismos y en los conservadurismos exacerbados, y como tal da cabida y posibilidad a los cambios. El País Vasco, como Canarias, como Cataluña, como todas y cada una de las comunidades autónomas tiene derecho a exigir una reforma de su Estatuto de Autonomía. La descentralización del poder es una aspiración legítima que por suerte ha alcanzado notables cotas de ejecución, y no está de más que se culmine el proceso y se deleguen cuantas competencias sean necesarias para que la administración de lo público se aproxime más al administrado. En España cabe la reforma de cualquier estatuto, como cabe la reforma de la Constitución. ¿Por qué no? Ahora, lo que no caben son los independentismos que den pie a justificar las acciones de los criminales. Eso nunca. Tampoco debería caber el burdo engaño al electorado, la manipulación de la opinión pública, los cantos de sirena. Contra eso debería combatir el periodismo libre e independiente, si es que existiera o existiese.

Diálogo politizado, estrategias de campaña
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