jueves. 28.03.2024

Por Damián Peña

El mundo al revés. Sufrimos una de las crisis más severas de nuestra historia y a ciertos sectores y personajes no se les ocurre otra cosa que arrear contra los sindicatos. Una crisis causada por una especulación financiera salvaje que ha repercutido en el mercado laboral de una forma verdaderamente catastrófica, parece no dejar ver otro culpable que a los sindicatos. Si convocan huelga, mal y si no convocan, mal también, y encima están compinchados con el gobierno. Cabría esperar un poco de sensatez y de razón por parte de toda esa legión de voceros antisindicales, que parecen ignorar el papel que juega cada uno en nuestra sociedad.

Recuerden, por favor, que la culpa de la actual situación radica exclusivamente en esa voracidad sin frenos a la que se han dedicado ciertos elementos especuladores y que han tenido como consecuencia el colapso de nuestro sistema financiero. Colapso que ha tenido que mitigar el Estado (prácticamente todos los Estados), interviniendo activamente en el mercado, socorriendo económicamente a aquellos bancos que estaban a un paso de la quiebra. Los gobiernos lo han hecho con dinero público, con el de los contribuyentes, con el dinero de aquellos a los que ahora como premio y agradecimiento se les quiere facilitar el despido.

Curioso es ver a los bancos pedir la intervención pública, cuando su cantinela era justo lo contrario. Si antes pedían la liberalización del mercado, y cuanto menos regulación estatal mejor, ahora parece ser indispensable la mano tendida del Estado. Reclaman ayudas públicas para las fusiones y para salir a flote.

Los bancos tienen nuevamente enormes beneficios, pero no les basta. Quieren aprovechar la ocasión, que es buena, para rebajar derechos sociales, para facilitar el despido, no para incentivar la creación de puestos de trabajo.

La actual crisis no es una crisis causada por una supuesta baja productividad o por las, según ellos, condiciones laborales demasiado proteccionistas y garantistas. La actual crisis tiene su origen en la falta de liquidez del mercado, de la ausencia de crédito y financiación de las PYMES, así como de los trabajadores autónomos.

Facilitar el despido, recortar las prestaciones sociales, es crear incertidumbre, generar desconfianza. La incertidumbre y desconfianza resultan mortales para el consumo. Nadie se va a arriesgar a invertir, a gastar, si tiene duda sobre si mañana todavía seguirá teniendo el puesto de trabajo.

En una economía tan dependiente del consumo interior como la española (muy al contrario de otras economías nacionales como, por ejemplo, la alemana, donde es la exportación el motor del marcado), las medidas emprendidas por el gobierno no generan confianza sino temor. Justo lo contrario de lo que ahora es más necesario que nunca.

La Huelga General del 29 de septiembre es una encuesta, un claro pronunciamiento, sobre la política social y laboral que desea la ciudadanía. Participar y secundar la Huelga es oponerse al progresivo recorte de derechos y al deterioro evidente e imparable del Estado del bienestar, es pronunciarse contra la pérdida de calidad de vida. ¿Qué es demasiado tarde? Piensen que una respuesta masiva y contundente de la ciudadanía, por mucho que esté aprobado ya en Cortes, obligaría al gobierno a modificar, a replantearse ese afán neoliberal que nos ha conducido a donde estamos ahora. Piensen, también, que la próxima reforma será la de las pensiones. ¿También es tarde para hacerle llegar al gobierno el mensaje adecuado?

Frente a la inestabilidad laboral es necesario una política que incentive la creación de puestos de trabajo, que permita a la pequeña y mediana empresa y a los autónomos acceder a créditos a bajo interés. Lo que no se puede permitir es que el Estado salve a los bancos con cantidades astronómicas de dinero público, y que luego sean esos mismos bancos los que asfixien económicamente a todo el tejido productivo.

Pero, evidentemente, lo cómodo es "pasar" de la Huelga, luego justificarse, luego lamentarse. Más cómodo es todavía "pasar" de la Huelga y echarle la culpa a los sindicatos.

De sindicatos malos y especuladores buenos...
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