viernes. 29.03.2024

Por Yolanda Perdomo

Que no se sorprenda nadie. La tajante respuesta del Gobierno de Canarias al reciente comunicado del Círculo de Empresarios de Gran Canaria, cuyo documento ha sido definido como tendencioso y electoralista, está dentro de los cánones más clásicos del pensamiento español contemporáneo. Un pensamiento profundamente arraigado en el tiempo, fruto de la política proteccionista practicada en nuestro país a lo largo del siglo XIX, continuada, en mayor o menor medida, en el primer tercio del siglo XX por todas las facciones en el poder, y mantenida durante el Franquismo. Para dar fe de que ello forma parte de nuestra idiosincrasia, baste citar los aranceles proteccionistas de Fernando VII, el Arancel ultraproteccionista de 1849, el más moderado Arancel “Figuerola” de 1869, el Arancel de 1891, el Arancel Cambó de 1922, las restricciones cuantitativas de los años Treinta y Cuarenta, o el Arancel Ullastres de 1963. Este extenso catálogo de intervencionismo estatal, incapaz de alentar en forma alguna a los sectores beneficiados a fin de que revirtieran dicha ventaja en una mejora de la competitividad, ha permanecido adherida a los hábitos de pensamiento de la población de este país hasta nuestros días, frenando el crecimiento y redundando en la ineficacia y en la escasa competitividad de muchos sectores de la actividad económica.

Siglos llevamos, apelando al Estado como a un pater familias en el que escudarnos, temerosos de los dictados de los mecanismos de mercado y la libre competencia. Ante tamaña tradición, resulta natural que los empresarios se quejen de los males derivados de una administración antidiluviana, de una economía recomendada -que diría Fuentes Quintana-, de una burocracia que engulle la iniciativa del más pintado, y de un intervencionismo selectivo que distorsiona el mercado, socava la igualdad, y actúa de caldo de cultivo del fraude. Lo realmente extraño es que no se quejen más a menudo.

No ocultan los nacionalistas su malestar contra los que manifiestan una opinión distinta a la suya, aseverando que se trata de quejas provenientes de los que más ganan, lo cual es una sorprendente afirmación que a nadie se le ocurriría mantener en ningún otro lugar, pues en la mayoría de los sitios, a los abanderados de la iniciativa empresarial, no sólo no se les de caña, sino que se les respeta. Sin embargo, en Canarias, por alguna razón, los empresarios despiertan suspicacias. Sorprendente resulta también, que por un lado se diseñen estrategias acertadamente para incentivar la inversión de capital norteamericano, como base logística para África, y que por otro no se apliquen los principios que sustentan esa iniciativa a escala local. Y en todas éstas, se acusa al partido que se postula contra una visión arcaica de la economía - el Partido Popular- de proferir alegatos ultraliberales.

El historiador económico Gabriel Tortella sentencia que el español es un pueblo especialmente reacio a asimilar las premisas y el método básico del razonamiento económico. En Canarias nos alegra que estos nacionalistas nuestros, de visos atlánticos, cuenten con un pensamiento tan español. Lo lamentable es que este arraigo parezca limitarse a nuestros defectos, que no a nuestras virtudes.

De alegatos ultraliberales y otros temores
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