martes. 16.04.2024

Por Miguel Ángel de León

Durante los días fuertes (¡fuerte jaqueca, usted!) del carnaval en esta pobre islita rica sin gobierno conocido me fugaré a Madrid, si Dios quiere y Spanair me deja. Sin embargo, no es enteramente cierto que en la capital española no haya una gran tradición carnavalera. Antes al contrario, pues no contentos con el carnaval propiamente dicho, los madrileños acogen anualmente otros dos carnavales más en el mismo mes de febrero: FITUR y ARCO. Eso son carnavaladas auténticas y lo demás son cuentos, para mi gusto.

En Lanzarote, el punto geográfico del planeta donde hay más “culturos” por metro cuadrado vendiendo humo, hay artistas a los que malamente conocen en sus casas a la bendita hora de comer que se jactan de haber expuesto sus creaciones (por llamarlas de alguna manera y para entendernos) en ARCO, con mucho arte (como el que se dan ellos para autopromocionarse). Pero incluso a pesar de los “culturetas” con mucha jeta, ARCO tiene algo positivo con respecto a la otra fiesta (feria, quise decir) de FITUR: congrega a menos políticos y caraduras isleños por metro cuadrado en la capital del Reino que la orgía turística del derroche del dinero público.

A mediados se semana se inauguraba esta otra gran farsa cultural y mercantil. [A propósito de toda esta impostura artística, recomiendo el libro de Tom Wolf “El periodismo canalla y otros artículos”, publicado en España por Ediciones B]. Coincidiendo con esa apertura al público de ARCO 2007, me viene siempre a mi mala memoria el recuerdo del todavía reciente escándalo de alcance internacional que se armó con motivo de una exposición pictórica en Suecia, a finales del siglo pasado: después del unánime reconocimiento de la "crítica especializada" en el mal llamado arte de vanguardia, se descubrió que los cuadros los habían pintado al taponazo y a la chamberga los propios empleados del museo. Todavía hoy, la gente con un poco de sentido común y no adicta al papanatismo, sigue hablando de aquella farsa, estafa, engaño, basura, burla, tomadura de pelo y ejemplo de mercantilismo absurdo.

La prueba que acredita empíricamente que no sólo en Estocolmo había papanatas dispuestos a aplaudir las monadas artísticas para dárselas de entendidos en la nada elevada al cubo (de la basura, en este caso) la tenemos con la mencionada ARCO, en donde casi todo -con contadísimas excepciones- huele que apesta a farsa cultural. Es difícil medir cuánto hay de verdad y cuánto de mentira artística allí, de acuerdo, pero al menos va quedando claro que ya no somos sólo cuatro gatos los que creemos que también el rey de este cuento pseudoartístico va, casi siempre, desnudo... y que es muy llorón, a pesar de lo mimado que ha estado siempre por las instituciones, de cuyas ubres ha bebido y vivido a cuerpo de rey (desnudo, insisto). ([email protected]).

De Madrid al carnaval
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