jueves. 25.04.2024

¿Se acuerda alguien de un señor que se llama José Ignacio López de Arriortúa? Sí, ese, “Superlópez”. Este hombre apareció un buen día en la escena social y empresarial de este país que creo que todavía se llama España como el abanderado de las técnicas modernas para hacer rentable cualquier tipo de empresa. Entre sus muchos méritos figura haber enfrentado a muerte a dos gigantes de la industria automovilística, la alemana Volkswagen y la americana General Motors. Arriortúa recibió una oferta de los alemanes cuando trabajaba en los primeros puestos de la industria americana. Se decidió por aceptar el cambio y General Motors arremetió acusándole de haberse llevado información de altísimo valor, es decir, le acusó de espionaje industrial. Pues bien, el éxito de este vasco de Amorebieta tenía mucho que ver con sus personales teorías sobre la optimización del trabajo, el equilibrio entre el trabajador y su medio. Vamos, que allí por donde pasaba no volvía a crecer la hierba; hacía unas limpiezas del carajo y dejaba las plantillas temblando, quedándose sólo con lo justo y necesario. Así, lógicamente, hacía más rentables las empresas. Así, como se suele decir, gana el Madrid.

No sé por qué cuando pienso en este hombre me acuerdo siempre de Fabio Capello, el entrenador del Madrid. Como “Superlópez”, el italiano también tiene su personalísima teoría sobre la optimización del trabajo y el equilibrio entre el trabajador y su medio. También como “Superlópez” dejó colgada en su día a su empresa, el Real Madrid, para marcharse a la competencia -la diferencia es que la General Motors acusó al vasco de espionaje industrial y el Real Madrid le ha premiado volviéndole a contratar cuando el equipo en el que entrenaba fue fulminantemente descendido a segunda división por estar implicado en el vergonzoso caso de la compra de partidos-; también le han encargado la desagradable misión de limpiar la empresa, dejarla despejada despidiendo a todo aquel que pueda. Y lo está haciendo muy bien, está cumpliendo con creces la terrible misión de limpiar un vestuario que estaba más sucio que las bragas de Isabel La Católica cuando conquistó Granada a Boabdil “El Chico”.

Lo malo de esta historia es que en el camino se ha terminado de mala manera con la trayectoria de alguien como David Beckham, un ejemplo de profesional que no sólo ha aportado talento futbolístico al club sino que le ha proporcionado unos ingresos que ni en sueños volverá a traer otro jugador. Alguien que ha tenido la mala suerte de llegar al Madrid en uno de los peores momentos de su prodigiosa historia.

Tanto el presidente como el entrenador se han encargado estos días de difundir a los cuatro vientos lo mal que se ha portado el inglés después de negociar a sus espaldas un contrato con un equipo de tanto nivel como es Los Ángeles Galaxy. Lo que no han dicho es que en la lista negra que tienen en su poder periodistas afines al calderoniato figuraba su nombre, algo que sabía el inglés y sabía su representante. Beckham quería seguir en el Madrid, pero en el Madrid no querían que siguiera.

Durante la rueda de prensa posterior al partido contra el Zaragoza, donde por cierto se vieron muchas cosas que con otro entrenador serían notablemente esperanzadoras, un periodista le hizo una magnífica pregunta a Capello: ¿qué diferencia hay entre el David Beckham que anuncia que abandona el equipo al final de la temporada y el Fabio Capello que hizo lo mismo cuando entrenó al Madrid en su anterior etapa? La respuesta, que él no había firmado ningún contrato y que la liga a la que iba empezaba en julio, no en abril. En pocos días el nuevo equipo del inglés ha tirado al piso esta teoría, al asegurar que no cuentan con él hasta el verano.

Todos los buenos aficionados, todos los madridistas de corazón -los que vamos con el equipo gane o pierda-, reconocemos lo que ha dado David Beckham al Madrid, reconocemos el espíritu que trató de transmitir a sus compañeros, que conectó en seguida con una grada que apoya incondicionalmente a los “juanitos”, su inagotable entrega en cada minuto que disputaba, su esmero para intentar estar a la altura de genios como Zidane cuando era consciente de que su talento futbolístico no daba para tanto. Con Capello, Mijatovic y compañía todo esto parece que no tiene ningún valor. Con un decretazo con el que no estamos de acuerdo la mayoría, se han cargado al jugador, sin tener en cuenta que su insuperable pierna derecha todavía nos podría haber ayudado mucho para al menos conseguir algún título esta temporada, sin tener en cuenta que su compromiso, ilusión y honradez profesional merecían algo muy distinto.

El pasado domingo, por si no tuviéramos suficiente con lo de Beckham, Capello se cubrió de gloria. Demostró con su sancionada peineta la tensión que está padeciendo como consecuencia de su desagradable función y de las limitaciones de su planteamiento táctico. Demostró también que no es entrenador para este equipo, que ni Mijatovic ni Calderón merecen estar donde están después de haber realizado una nefasta política de fichajes que en poco o en nada se parece a lo que prometieron durante la campaña electoral: otro gallo le cantaría al Madrid si en lugar del paquete Emerson nos hubiera llegado Cesc; otro gallo le cantaría al Madrid si en lugar de traer a Cannavaro nos hubieran traído a Kaká; otro gallo le cantaría al Madrid si en lugar de Diarrá alguien hubiera tenido el ojo de fichar a Xabi Alonso.

Tengo muy claro que Capello no va a estar mucho tiempo en el Madrid. Aunque nos hiciera ganar treinta títulos, los madridistas no le queremos. El fútbol con él no es así, es asá, y el aburrimiento y los apuros que actualmente se pasan tienen fecha de caducidad. Imagino que dejarán que cumpla su difícil misión, que haga lo que hizo “Superlópez” en la General Motors o en la Volkswagen y luego le darán las gracias, el finiquito y una patada en el trasero. Espero que la sensatez llegue a los que mandan y se decidan de una vez a fichar un entrenador español, sensato y que sepa algo de fútbol. Propongo dos nombres: Vicente del Bosque y Rafa Benítez.

David Beckham, Capello y “Superlópez”
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