miércoles. 24.04.2024

Por Eduardo Álvarez

Después de una elecciones, ya sean municipales, autonómicas o generales, siempre sale a la palestra el mismo problema y la misma disyuntiva: a quien pongo yo de asesor.

Y lamentablemente, el resultado siempre es el mismo.

El día que los partidos políticos se den cuenta de que las personas encargadas de asesorar a los políticos elegidos tienen que ser ciudadanos con la cualificación suficiente para desarrollar una eficiente labor en los departamentos a los que se les adjunte, los ciudadanos empezaríamos a creer en la honradez, la seriedad y la ética de los políticos que nos gobiernan.

Y cuando hablo de cualificación no me refiero en ningún caso solamente a una cualificación o titulación universitaria. Me refiero a personas con la preparación suficiente en la materia asignada y el sentido común necesario para que nos den la seguridad de que las carencias de nuestro políticos en determinadas materias van a ser suplidas con garantías.

En los últimos años, ha primado mas el numero de votos que aporta el asesor al partido, el numero de carteles que ha sido capaz de pegar en la campaña o la cantidad de cafés que han llevado a los jefes de los partidos, que la profesionalidad, preparación y formación que tenia el candidato al puesto de asesor.

No conozco ningún partido que se haya librado de este, “sui generis”, casting para desarrollar una labor remunerada, con dinero de todos los ciudadanos, en nuestras instituciones insulares.

Pero lo mas curioso de todo es que dentro de los partidos hay muchas voces que claman contra estas adjudicaciones digitales pero que no se atreven a decirlo en publico, no vaya a ser que alguien me mire mal o me deje de hablar. En el fondo claman en el desierto.

El actual sistema democrático español permite que cualquier ciudadano, sea cual sea su condición social, intelectual, cultural, económica o sexual, pueda llegar a las mas altas cotas de poder institucional. Y eso no es malo. Es la grandeza de la democracia.

Lo que el actual sistema democrático español permite, y eso si que es malo, es que cualquier ciudadano sin mas oficio ni beneficio que el hecho de ser un sumiso, un mandado o un correveidile, pueda llegar a ser alguien en esa misma institución. Esto no dejaría de ser una anécdota si el sueldo del susodicho se lo pagara el partido o el político que lo coloca. El problema es que ese sueldo sale del bolsillo de todos los ciudadanos, muchos en el paro y con infinitamente mas cualificación laboral y profesional que el nombrado asesor.

En épocas como esta, donde la dramática crisis económica azota miles de hogares españoles, resulta ofensivo ver como los partidos políticos se convierten en empresas de trabajo temporal en las que cuanto mas inútil y menos sepas hacer mejor. Solamente te exigen un requisito: la sumisión.

Pero todo esto tiene una razón de ser. Cuando un político llega al poder, se coloca los galones de capitán general con mando en plaza y decide, sin pensar bien en las consecuencias de sus actos, que la única estrella que tiene que brillar en su firmamento debe ser la suya. Su pensamiento es que como voy a poner a alguien que sepa mas que yo para que me llegue a quitar el puesto.

Y que quede muy claro que esto no es un ataque gratuito contra los asesores nominados, ya que en la vida cada uno escoge el rol que quiere, puede o le dejan y es perfectamente legitimo, sino contra los asesorados que pretenden suplir sus carencias con mas carencias todavía.

Como colofón, les diría que en la política se cumple una máxima que dice: el inteligente se rodea de listos y el listo de tontos, por eso de ese firmamento de estrellas siempre se estrella el listo.

¿Cualificación o sumisión?
Comentarios