sábado. 20.04.2024

Por Yolanda Perdomo

Son muchos y se van a quedar. Los foráneos que aquí se asientan son parte de nosotros desde el mismo momento en que pisan esta tierra por primera vez. Resulta curioso que una afirmación tan simple no siempre resulte evidente. Y, sin embargo, es en la reflexión meditada y consciente de dicha aserción donde se halla la clave para la desaparición de las tensiones que pudiera acarrear esa nueva realidad.

Al pararnos en la vorágine, y asumir conscientemente que tal situación no es transitoria, se hace evidente que resulta necesario reordenar una situación de desequilibrio, causada por la rapidez de los acontecimientos, en algunos casos, y por improvisación o desconocimiento, en otros.

Existen muchos lugares en Canarias donde nuestros nuevos vecinos viven agrupados por nacionalidades. En algunos casos, como el de los residentes comunitarios, ello no parece generar ningún problema para nosotros, si bien puede resultar incómodo para ellos, mucho más interesados por participar en la vida local de lo que creemos. A veces, la edad de estos residentes, mayoritariamente jubilados, los retrae del aprendizaje del idioma. Pero ese no es el verdadero fondo del asunto; lo destacable es que puedan vivir aquí perfectamente sin hablar el castellano, algo imposible en otras latitudes. El aprendizaje del idioma, de los principios y de la idiosincrasia del lugar es una condición imprescindible para la integración en lugares de población tan dispar como los Estados Unidos, por ejemplo. Sin embargo, existen otros países, con fenómenos de inmigración más recientes, donde no se ha primado el aspecto de la identidad común, como en Francia o el Reino Unido, con resultados nada halagüeños.

En otros casos, la convivencia no resulta tan fácil, y al preguntar a los vecinos de esas zonas por lo que les inquieta, muchos muestran una creciente preocupación por la seguridad ciudadana. Resulta curioso que al ahondar en la cuestión, citen las pandillas de jóvenes de determinadas nacionalidades que pululan por la zona, amedrentando a los otros por cosas tan simples como el uso de una cancha deportiva u otras instalaciones públicas de uso común.

En consecuencia, y en los términos de esta nueva vecindad, resulta absolutamente necesario la puesta en práctica de una política de conogración, que ha de constituir la clave sobre la que gire un nuevo tipo de gestión municipal, más acorde con los tiempos, tanto en las formas como en los modos. Y digo conogración, la mezcla del conocimiento y la integración, porque el término integración por sí mismo podría tener una connotación de fagocitación intolerable para algunos. En todo caso, y al margen de ese tipo de matices, es necesario que sea en la esfera municipal donde se realice un intenso trabajo que reordene las variables de esta nueva circunstancia, a fin de que no devenga en incómodo para nadie. La conogración ha de tenerse en cuenta en el diseño de las actividades deportivas y culturales, de las actividades extracurriculares de los colegios e institutos, de los espacios comunes y de los servicios municipales de atención al ciudadano.

Son muchos y se van a quedar. Asumido, porque ni se teme lo que se conoce, ni causa angustia lo que se organiza bien. Pura conogración.

Conogración
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