viernes. 29.03.2024

Está sobradamente probado, constatado y documentado que el mejor amigo que tuvo en España el físico más famoso que vieron los tiempos modernos, Albert Einstein, fue nuestro paisano lanzaroteño Blas Cabrera Felipe, como sabemos de sobra (casi) todos los conejeros. Si van los lectores de CRÓNICAS -un suponer- al Museo de la Ciencia de Las Palmas de Gran Canaria se encontrarán a la entrada, a modo de anfitriones y si no los han retirado desde la última vez que me dejé caer por allí, a dos machanguitos gigantes que en forma de entrañables caricaturas representan a Einstein y a Cabrera, escenificando de tal guisa la mutua amistad de la que les hablo.

La visita de Einstein a nuestro país en marzo de 1923, cuando fue invitado a Madrid y Barcelona, causó un gran revuelo en la época. De hecho, el científico acaparó las portadas de los diarios nacionales por aquel entonces, cuando su ya más que afamada Teoría de la Relatividad era contemplada como una suerte de divertimento filosófico que pocos alcanzaban -y alcanzamos hoy- a comprender del todo, con la excepción de los concejales de Cultura de los distintos ayuntamientos de Lanzarote, que son todos ellos mentes privilegiadas, como no ignora nadie a estas alturas del esperpento político insular.

El diario El Mundo reproducía recientemente la fotografía que la Real Sociedad Española de Física guarda como oro en paño, en la que aparece Einstein rodeado de once colegas, entre ellos su mejor amigo hispano, el mencionado físico lanzaroteño Blas Cabrera, descubridor de las propiedades magnéticas de la materia y miembro destacado de le mencionada Sociedad, que publicó numerosos artículos, muchos de los cuales tuvieron una influencia destacada y determinante en el desarrollo de la Física a escala mundial, además de ejercer como catedrático de electricidad y magnetismo en la Universidad de Madrid, y de director del laboratorio de investigaciones físicas del Instituto de Ciencias Físico-naturales y miembro de la Academia de Ciencias y de la Real Academia Española, que se dice pronto y fácil. El conejero, además, fue nombrado en 1941 -allá cuando el exilio voluntario o forzoso que provocó la maldita guerra civil española- profesor de la Universidad Nacional de México, y contribuyó a desarrollar la teoría del campo molecular, y formuló la variación del momento magnético del átomo con el número atómico y estudió -ya puestos y metidos en harina- el efecto de la temperatura sobre él. Casi nada la broma y la empresa.

Fue precisamente Blas Cabrera el que logró que Albert Einstein, el hombre que decía con sobrada razón que "el nacionalismo es una enfermedad infantil", visitara España por aquellas fechas de los locos años veinte del siglo pasado. El hoy centenario periódico ABC escribía por aquel lejano entonces lo siguiente al respecto de la ilustre visita: "Ni un banquero, ni un fabricante, ni un político turbaban con su presencia la amenidad y la distinción de la fiesta. Como en los mejores tiempos del XVII, los nobles por la sangre alternaban con los nobles por la inteligencia, y las damas, tan bellas como ilustres, procuraban, entre dos sonrisas, ponerse a tono con el sabio".

Con el tiempo y la constancia como aliados, los trabajos científicos de Blas Cabrera y de otros miembros de la Real Sociedad Española de Física y Química lograron llamar la atención de la estadounidense Fundación Rockefeller (en cuya afamada y cinematográfica pista de hielo, en Nueva York, por muy poco no me doblé un tobillo intentando hacer patinaje y logrando hacer el ridículo) para que impulsara la ciencia española.

En Lanzarote, el eximio hijo de la isla le da nombre desde hace décadas al Instituto Blas Cabrera Felipe de Arrecife, en donde muchos estudiamos (es un decir, porque algunos como el que esto firma sólo acudíamos allí a hacer como que hacíamos, y no hincamos jamás los codos ni en broma, ni por equivocación ni por una apuesta), a principios de la década de los ochenta, cuando éramos casi chinijos, felices e indocumentados, como diría Gabriel García Márquez cuando todavía era Gabo o Gabito, muchísimo antes de las putas tristes que le alegran ahora la cartera al inmenso escritor y periodista colombiano. Tan chinijos y tan ignorantes éramos casi todos que pensábamos que el busto metálico situado a la entrada del Instituto representaba la cabeza de Panchito Franco, el genaralísimo de España por la Gracia de Dios, que vaya Gracia la suya.

Conejero universal
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