viernes. 29.03.2024

Por Miguel Ángel de León

Se va acabando el carnaval teóricamente festivo y retomamos, dentro de apenas unas horas, el carnaval estrictamente político, que es incluso más obsceno y ramplón que aquél -que ya es decir-, y que este año 2007 va a ser tan largo como fatigoso, pues seguimos en los malos tiempos de vísperas electorales, plena época de celo de todo candidato en busca del voto en extinción en la isla más abstencionista de Canarias... y subiendo.

A estas alturas de la Liga hay empírico conocimiento de que todos los partidos políticos mueren de indigestión de sus propias mentiras. Y va quedando claro, también, que hay dos clases de políticos. A saber: los que creen que es lícito faltar clamorosamente a la verdad antes de las elecciones y los que creen que también está permitido hacerlo después de cerradas las urnas, si bien en voz baja y más disimuladamente. Es una pequeña/gran diferencia, como es de ver. Siempre dejando claro también que no todos los políticos son malos. Esa generalización es tan injusta como peligrosa. Los hay malos, sí, pero también los hay peores.

Todos los síntomas revelan que los políticos que padecemos y mantenemos pertenecen a ambas categorías o grupos. Dicho en otras palabras: el divino don de la palabra les ha sido otorgado por los dioses con la exclusiva finalidad de ocultar sus pensamientos. No hay que salir de Lanzarote para comprobarlo.

Bien mirado, hasta se diría que la mayor superioridad del hombre sobre el resto de los animales, la que de hecho le hace ser el rey de la creación, es la capacidad de mentir. Y no les miento. Los otros fugitivos seres vivientes, al ser pobres almas mudas, desconocen el engaño. Desconocen incluso la simulación. Verdad es también que hay pájaros muy inteligentes que ponen los gritos en un sitio y los huevos en otro, para despistar a posibles depredadores. Pero la facultad admirable de mentir es exclusivamente humana, aunque hay algunos que parece que se la han quedado en patrimonio para quedarse con el resto del personal. Hablo otra vez de los actores de lo público (“esos individuos”, como los llama el canario viejo y escéptico que desconfía de ellos porque los conoce como si los hubiera parido). Piensan los políticos, al contrario de lo que dice la sobada máxima, que la verdad nos hará esclavos. Y, en vista de ello, se han agarrado a la mentira y no la sueltan ni por equivocación.

Indisolublemente unidos al engaño, como abrazados a un rencor -que dice el tango-, los políticos no sueltan una verdad ni para un remedio ni para una enfermedad, aunque sea tan grave como la que ahora aflige a la política, que ha alcanzado ya las más altas cotas de descrédito, como es triste fama. Unas cumbres que ni ellos mismos se veían capaces de escalar.

Después de haber llegado tan alto (es decir, después de haber caído tan bajo), parece claro que para esta fauna infame nunca es tarde si la mentira es buena. Lo que sucede es que en Lanzarote la mitad de la población ya no se cree nada, como se comprueba en ese 50% de electores potenciales que renunciamos a acudir a votar. Una cifra abstencionista (alarmante para algunos, lógica y saludable para los demás) que, como queda dicho, va creciendo en cada cita electoral... y que este año puede superar cualquier otra marca anterior, por más y por mucho que esa ola del antivoto ni la huela ninguna oleada demoscópica.

En su día y momento prometió don Felipe González Márquez que su Gobierno iba a combatir seriamente la mentira y la corrupción. Si ustedes no lo vieron, yo tampoco. Siempre es mentira eso de que se va a combatir seriamente la mentira. Lo más que puede pasar es que se busquen algunas personas para mostrar una gran severidad y para inducirnos a creer que se acabó lo que se daba y lo que se robaba. Pero una mentira más no se nota. Es sólo una simple gota en el mar de la falsedad. Carnaval sobre Carnaval que como humo se va. Cenizas nada más. ([email protected]).

Como humo se va...
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