jueves. 25.04.2024

Por J. Lavín Alonso

Vivía en Bagdad un comerciante llamado Zaguir. Hombre culto y juicioso, tenía un joven sirviente, Ahmed, a quién apreciaba mucho. Un día, mientras Ahmed paseaba por el mercado, se encontró con la Muerte, que le miraba con una mueca extraña. Asustado, echó a correr y no se detuvo hasta llegar a casa. Una vez allí le contó a su señor todo lo ocurrido, y le pidió un caballo diciendo que se iría a Samarra, donde tenía unos parientes, para de ese modo escapar de la muerte. Zaguir no tuvo inconveniente en prestarle el caballo más veloz de su cuadra, y se despidió diciéndole que si forzaba un poco al caballo podría llegar a Samarra esa misma noche. .Cuando Ahmed se hubo marchado, Zaguir se dirigió al mercado y al poco rato encontró a la Muerte paseando por los bazares. ¿Por qué has asustado a mi sirviente? -preguntó a la Muerte- Tarde o temprano te lo has de llevar, déjalo tranquilo mientras tanto. Oh, no era mi intención asustarlo -se excusó ella- pero no pude evitar la sorpresa que me causó verlo aquí, pues esta noche tengo una cita con él en Samarra.

Hasta aquí la trascripción de un cuento o fábula, perteneciente tal vez a Las Mil y una Noches, pero que aparece citado en otros lugares y por otros escritores. El argentino J.L. Borges también lo hizo en uno de sus libros, “El Aleph”, creo. Es fácil advertir que todo él está impregnado de un cierto fatalismo, muy afín al pensamiento oriental y puede que también a las esencias coránicas - recuerden la sentencia “todo está escrito...” - que es lo mismo que decir que el destino del ser humano está predeterminado; lo cual, por otra parte, y según otros credos, contradice el principio del libre albedrío.

Sea de una forma u otro, todos tenemos, por ineludible imperativo biológico, nuestra propia cita en Samarra. Lo único que varia en cada caso individual es el topónimo que sustituirá en la realidad al de la metáfora. Samarra es una antigua ciudad de Irak, situada en la orilla oriental de rió Tigris, 125 Km. Al norte de Bagdad. Su nombre proviene de una expresión árabe que significa algo así como “una alegría para todos los que ven”. Pero el destino, el fatalismo o la predeterminación han querido que esa ciudad se halle actualmente sometida, como otros puntos de aquel país a terribles y funestos enfrentamientos entre un ejército de ocupación y el terrorismo insurgente, enzarzado en cruenta guerra civil, con las consiguientes secuelas de muerte y destrucción. El filme recientemente estrenado “Redacted” presenta con inusitada e inhumana crueldad lo esbozado anteriormente. Y todo ello porque algunos señores, con exceso de poder, decidieron un buen día que podían asumir el papel de Dios y enviar a decenas de miles de personas, propias y ajenas, a una indeseada, caprichosa y cruenta cita en Samarra; cita a la que no es ajeno el lobby israelí, según han dejado por escrito en un reciente libro los profesores Mearsheimer y Walt, de las universidades de Chicago y Harvard, respectivamente. Expresándolo de otra manera y en palabras de Tácito: “Hicieron un gran desierto y lo llamaron paz”.

Cita en Samarra
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