viernes. 19.04.2024

Por Andrés Chaves

1.- La errática etapa de Zapatero en este país ha desembocado finalmente, ya sin caretas, en la aceptación más brutal del chantaje sindical. Este Gobierno socialista, inspirado en modelos de actuación decimonónicos, no sólo ha sido una máquina de destruir empleo por falta de ideas para crearlo, sino que ha hecho lo que no debe hacer jamás un Gobierno que se precie: aceptar la tiranía y el chantaje de unos sindicatos que cuestan a los españoles, cada año, 32.000 millones de las antiguas pesetas. Y, total, para nada. La afiliación sindical es muy baja, las cuotas de sus afiliados apenas cubren las primeras necesidades de las centrales, que se nutren de eufemismos muy bien disfrazados por el Ejecutivo y fuera del control directo de los Presupuestos Generales del Estado. Todas las recomendaciones que la Unión Europea ha hecho a España para que este país no quede fuera de ella al no cumplir los requisitos de Maastricht se estrellan en los sindicatos, que tienen cogido a Zapatero por salva sea la parte, bajo la amenza de una huelga general. Ni siquiera el entreguismo del presidente y de su Gobierno elimina de las bocas de los dos líderes sindicales principales la temible amenaza de esa huelga. Todavía aspiran a poder celebrarla si se reforman a la baja las indemnizaciones por despido, con el único fin de que los empresarios demanden más empleo.

2.- Estoy convencido de que a Zapatero acabarán echándolo a patadas sus actuales aliados sindicalistas, que siempre querrán más. Ni Méndez (UGT) ni Toxo (Comisiones) son capaces de entender nada, porque no les conviene; porque se quieren eternizar en el cargo. No entienden que el sistema laboral español necesita de una reforma profunda, que es preciso alejarlo de los postulados franquistas y acercarlo al de los países más avanzados del mundo; países con mecanismos capaces de solucionar sus problemas y sus crisis y no como España, impotente y prisionera ante ellos.

3.- La manifestación de fuerza sindical del sábado pasado fue más una concentración del siglo XIX que un acto organizado por personas sensatas. Si Zapatero no modifica el panorama laboral español tendrá que hacerlo su sucesor. Es imposible levantar la depauperada economía española sin profundas reformas estructurales que, desde luego, afectarán al empleo. Pero, para crearlo, sólo los malos trabajadores y los malos sindicalistas no entienden que se hace urgente y primordial que nuestro sistema se parezca más al de Francia, Gran Bretaña o Alemania que al de una dictadura laboral subsidiada, como la del señor Rodríguez Zapatero. La manifestación del sábado fue más un acto de despiste y una llamada a los borregos que un acto de altura sindical, sensato y de futuro. Los sindicalistas, además, están firmando la sentencia de muerte política de un disidente intelectual -el propio presidente-, que ha demostrado su poca talla a la hora de lidiar el enorme caos en que se ha convertido España.

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