sábado. 20.04.2024

Todavía hay gente que cree que el gran problema que tenemos instalado en Lanzarote no es la inveterada y manifiesta inutilidad de los representantes públicos, si los hubiera o hubiese. Para estos despistados el gran enemigo de la isla sigue siendo el Ejército. Les hablo de los neo-iluminados que siguen instalados todavía en plena guerra fría, allá cuando nadie se atrevía ni a imaginar la caída del Muro de Berlín. No es mala forma, bien mirado, de desviar la atención hacia otros asuntos, puesto que hasta los propios políticos se sumaron y se posicionaron gustosos y de mil amores en contra de la penúltima "invasión" que pretendía el Ejército en Malpaso, en la hermana isla de El Hierro, hace apenas unos años. Aquí, tal y como ha quedado desmantelado el Batallón de Infantería de Arrecife, el único recurso que les queda a los alarmistas o enteradillos de turno son las Peñas del Chache. O sea, lo que en esta misma columna dimos en rebautizar en su día y momento como el “Water-Chache”, que tampoco es mal chiste, a fe mía.

El servicio militar se ha transformado en su integridad en los últimos años. Tanto, que fue el mismísimo José María Aznar López el que se cargó la mili obligatoria. Y de esa manera, un aspecto tan característico como la interterritorialidad se rompió para siempre. Un poco antes, el Gobierno de Felipe González hizo que con carácter general los muchachos (mozos, en lenguaje cuartelario) pudieran cumplir el “servicio voluntario” (otro buen chiste, como sabemos los que fuimos al cuartel porque nos apetecía) en su provincia, lo más cerca posible de su casa y de las faldas de su madre. Se rompió así la única posibilidad de millones de jóvenes de estar en contacto con otras regiones, con otras gentes, con otras culturas españolas. La pérdida de esta posibilidad de relación fue pareja a un creciente aislacionismo, que todavía dura con la bobería nacionalista de campanario. El elogio de la cobardía y la insolidaridad prevaleció sobre la ética del servicio, la solidaridad y el compromiso. El punto de inflexión fue Yugoslavia. Los Cascos Azules españoles demostraron que frente a los insumisos había una mayoría que cumplía con su deber, y que llegaba hasta el sacrificio personal.

Quienes hemos leído demasiadas veces a Baroja desde muy chinijos no creemos en las instituciones (las que sean: militares, políticas, artísticas...). Si hay que pegarles fuego a los ejércitos, me apunto el primero para arrimar el fósforo. Siempre y cuando, claro, que se haga lo mismo con el resto de las instituciones: el Gobierno nacional, el Ejecutivo regional, el Cabildito de risa, o los ayuntamientos de pena. Dudo mucho que nos cueste más dinero mantener el Ejército que alimentar a esos otros organismos, generalmente repletos de parásitos sociales disfrazados de asesores de la nada que conforman el más costoso e inútil de todos los ejércitos conocidos. No creo en los militares, bien lo sabe el Cielo, pero mucho menos en los políticos. Y, puestos a elegir, prefiero al sargento chusquero que se juega la vida -y a veces hasta la pierde- ayudando a la población civil de la antigua Yugoslavia ensangrentada por los nacionalismos que a una manada de enchufados y pacifistas de boquilla que viven del cuento encaramados en una institución pública o enrolados en un partido político. Cualquier cosa antes que la demagogia, el discurso fácil y las medias verdades, por mucho y por más que ahora estén de moda y se vendan muy bien. Una vez quemado el Cabildo -un suponer-, me encaramo el primero hasta las Peñas del Chache a tirarle piedras a la "central nuclear" que al decir de los enterados tiene escondida allí el Ejército, que es muy malo. ([email protected]).

Chacho, ojo con el Chache
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