viernes. 19.04.2024

Por Antonio Hernández Lobo, profesor de Enseñanza Secundaria y Director del IES Faro de Maspalomas

El Carnaval va llegando a su fin en las ciudades y pueblos de Canarias, pasamos el Martes de Carnaval, el Miércoles de Ceniza y toca enterrar la sardina o el chicharro. Sabemos que el disfraz preferido en este último acto es el de obispo santiguando a los viandantes y público en general que observa expectante el transcurso de la comitiva funeraria. La novedad para este año es que los obispos “de verdad” se quitan la careta a la pregunta de “¿me conoces mascarita?” Me refiero sobre todo a algunos obispos que pretenden imponer unas normas morales a la hora de acercarnos a las urnas para elegir a nuestros mejores representantes.

La jerarquía eclesiástica (me niego a identificarlos con la Iglesia de Jesús a la que pertenecemos muchos) revive el feudalismo y las dictaduras europeas y americanas de tal forma que intentan obligar a sus vasallos a pensar de la misma forma que ellos, apartándose, por si fuera poco de la verdadera doctrina del Evangelio. Y como me decía un amigo estos días, están tan lejos de la doctrina evangélica como cerca de la sede madrileña de la calle Génova. Es decir, estamos hablando, ni más ni menos, de aquellos representantes más conservadores del episcopado del estado español. Aquellos que presentan los rasgos más neoconservadores de esta sociedad, denominados también como teocons.

Uno de los puntos que más han criticado ha sido el diálogo del gobierno del estado con el grupo terrorista ETA. Este hecho no era criticado cuando un representante de esta jerarquía (Monseñor Uriarte) era el enlace del gobierno neoconservador que gobernaba España antes de marzo de 2004. Los cristianos no lo criticamos en su día, sobre todo porque para la doctrina de Jesús el diálogo es el instrumento válido y necesario para conseguir la convivencia pacífica entre las personas y los pueblos.

¿A cuántas manifestaciones van estos hipócritas de la fe en los últimos tiempos? No van a las manifestaciones de trabajadores que piden un sueldo digno, no van a las concentraciones de mujeres asesinadas y maltratadas por la violencia de género, no van a las manifestaciones pidiendo el 0,7 y más del PIB para los más necesitados, no critican las corrupción política de los gestores municipales de grupos políticos afines, no ponen objeción alguna al maltrato y vejación que sufren muchos inmigrantes que llegan sedientos de libertad y bienestar a nuestras costas, no cuestionan el estado penoso de las prisiones, no recogen firmas contra el excesivo desarrollismo urbanístico y caótico de nuestros espacios naturales (seguro que Francisco de Asís sería el primero que lo haría). En la guerra de Irak, incluso, llegaron a reclamar el respeto a la legalidad internacional que imponía el trío de las Azores (Aznar, Blair y Bush).

Si sigo reflexionando no acabaría. Estas deberían ser las verdaderas consideraciones morales de todo aquel que sigue la doctrina del evangelio de Jesús. Y no digamos la pluralidad política que se defiende desde la cadena de emisoras propiedad de estos fariseos, donde radiopredicadores al uso y contertulios monocolores tratan de imponer su verdad como la más absoluta de ellas. Es la verdad del odio, la mentira, la crispación, la discordia, el desprecio y la conspiración. Y a todo esto si que nos plantamos los cristianos.

Por último, entiendan el divorcio que existe entre la sociedad en general y esa jerarquía que representan. Todo muy a pesar de que de vez en cuando escuchemos al Obispo de Bilbao y presidente de la Conferencia Episcopal (Monseñor Blázquez) poner paños calientes, será que debe estar muy sólo el hombre como para ser escuchado entre lo mas hipócrita de esta jerarquía. Lo dicho monseñores, quítense la careta o el antifaz, que igual queda algún puesto sin cubrir en el Partido Popular de la calle Génova. Pero, por favor, en nombre de Jesús, un rotundo No. Ni en ese ni en ningún otro partido político. Para estamos ya los cristianos, creemos en la pluralidad política y así lo demostramos en cada convocatoria electoral, vayamos en listas o no. Esta vez no es Jesús el que los echa (a estos fariseos) fuera del templo, es el conjunto de la verdadera iglesia cristiana quien les pasará factura. La autoridad de Jesús es creíble; es la antítesis del ordeno y mando. Él no obliga ni condena, sólo propone y anima, desde la libertad, a la conversión (Jn 8,11).

Carnaval episcopal
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