martes. 23.04.2024

Por Miguel Ángel de León

El poema que hoy da título a esta columna es propiedad intelectual de Susa da Vaca, una trovadora gallega de armas tomar. Dice tal que así: “Permíteme que te muerda,/ consiénteme que te maje, / que te infame y que te ultraje/ y que te cubra de mierda. / Soy, recuerda, / quien más te estima en la izquierda: / deja que te raje el traje/ con mi garfio de abordaje: / la amistad, que no se pierda”.

Cosa seria lo de la amistad, caballero. Y complicada, vive Dios. Un conocido puede ser cualquiera, pero un amigo, en el amplio y más noble sentido de su significado, ya son palabras mayores. No les cuento nada nuevo que ustedes ya no sepan o intuyan de antemano.

Los actuales son tiempos, más que de amigos de ley, de conocidos, como es fama. De muchísimos conocidos. Algunos incluso se llaman a sí mismos, o los llamas tú para engañarte a ti mismo, amigos. Mero convencionalismo que sabes de sobra que esconde una mentira. En esa farsa se basa la diplomacia, que es un arte de siglos, y la gente es dada a pensar que todo lo secular tiene algún valor por el simple hecho de serlo. Mira no más la Iglesia Católica, cuya jerarquía lleva más de veinte siglos viviendo de hacer justo lo contrario de lo que predicaba su fundador. He ahí la gran pregunta: ¿qué hubiera sido de la historia si a Cristo, en lugar de la pena de muerte en la cruz, lo condenan a diez años de cárcel y hubiese salido a los cuatro años por buena conducta? Plantéatelo así.

Este cuento repleto de frases hechas lo hemos escuchado todos una y mil veces: “Anoche fui a una fiesta de un conocido. Había muchísima gente. Hice un montón de amigos”. Sobre todo después de la cuarta o quinta copa, claro, que es cuando más barata se vende la amistad. La falsa amistad, se sobreentiende. Igual ahí radica mi creciente fobia a todo lo que tenga que ver con actos sociales, cuanto más multitudinarios más huecos. Los fáciles son esos “amigos”, generalmente de carcajada gratuita y de efusivos saludos, a los que nunca debes contar tus penas; que se diviertan con otra cosa. “Mucho cuidado con eso”, como dice el canario viejo.

Hay un proverbio saharaui que leí en español en Marruecos (sí, se puede dar esa aparente paradoja): “Amigo que no da y navaja que no corta, aunque los pierdas no importa”. No estoy exactamente de acuerdo con el consejo, que me parece algo tramposo y se me antoja bastante egoísta. Los amigos no están necesariamente para pedirles cosas. Eso se hace en los bancos o cajas de ahorro, que son profesionales de la usura maquillada de amistosa beneficencia.

Hace apenas unas horas se cansó de andar por esta parte de la realidad uno de esos amigos que lo son a tiempo completo. Pero no vale decir que lo perdí, puesto que cuando lo gané lo gané para siempre. Y sabemos desde Cicerón que la vida de los muertos está en la memoria de los vivos. Mientras viva el amigo del amigo viven los dos. Es una filosofía tan elemental como empírica.

Anteayer se fue mi amigo. A él le escuché decir en más de una ocasión que nadie sale vivo de la vida. Y como no sé escribir necrológicas al uso, copio (citando al autor, no como el PSOE canario) los últimos versos de la “Elegía diferente” de José Zacarías, uno de sus poetas de guardia: “Ya no serás el ciego/ que de noche en el bosque perdiera/ su bastón y su perro. / Ya estarás satisfecho, / pues sabes lo que ignoran tus maestros”. ([email protected]).

Canción de amigo
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