viernes. 19.04.2024

En la isla de Cuba llaman isleños a los procedentes de las Canarias. En los dominios de Fidel Castro, los canarios tienen fama de gente algo bruta. No es que sean más indómitos los canarios de hoy, sino que lo fueron los de ayer: los que llegaron a la perla caribeña en calidad de inmigrantes que huían de estas islas cuando eran mucho menos afortunadas que ahora, en su mayoría gente muy pobre y absolutamente analfabeta. De ahí les viene la (mala) fama. Sucedió algo similar con los gallegos, hasta el punto de que en toda Hispanoamérica se llama así a los españoles, generalmente en tono peyorativo. Donde en Canarias colocamos a un gomero para hacer los chistes más crueles e injustos, o donde en la Península ponen a un lepero, en México, Argentina y por ahí seguidito colocan siempre un gallego (o sea, un español). Es la otra herencia que dejamos por allá cuando los inmigrantes hacia aquellas tierras salían desde aquí. Ahora el péndulo de la historia se ha vuelto a colocar en el extremo opuesto.

En Venezuela, de tan candente actualidad en las últimas horas, los canarios son sobradamente conocidos por muchas razones, pero también por su “especial carácter”. Cuando el hambre apretó por aquí abajo, fueron miles los isleños que se embarcaron para allá. Raro es el caso del conejero que no tenga algún emigrado en la familia. No digamos ya en islas como Tenerife, donde Venezuela empezó a ser conocida como “la octava isla” (La Graciosa aparte). Todavía hoy, algunos periódicos tinerfeños le dedican una página diaria (algunas más en las últimas fechas, a Chávez gracias) a la actualidad venezolana.

Nada les digo de los canarios en Estados Unidos, con nombres y apellidos lanzaroteños que hicieron historia, incluso, en El Álamo, ese santo y seña de la actual idiosincrasia gringa. Por allí dicen que el humor de los isleños tiene una gota -o varias- de mala leche. Lo pudo comprobar en carne propia el todavía presidente cuando un canario que sufrió las inundaciones que causó el Katrina le dijo a la cara a Bush, cuando éste le preguntó que por qué no llamaron para pedir ayuda durante el huracán, textualmente: “Señor presidente, es usted un pollaboba”. La escena la recogía el enviado especial del diario El Mundo, Pablo Pardo, que también recordaba en su crónica que en Nueva Orleáns los isleños tienen fama de gente dura. Una fama fundamentada en hechos ciertos, como cuando un funcionario de origen canario tiró por la ventana el ordenador de su oficina al grito de “esta puta máquina no funciona”, o como cuando otro, que examinaba el solar en el que se había convertido su casa tras el Katrina, vio una guagua de turistas tomando fotos de su tragedia y, alzando el puño, les dijo en español: “¡Cabrones!”.

No menos singular es el humor de los canarios del Delta del Misisipí, que en muchos casos horroriza al anglosajón. El alcalde de Saint Bernard, la segunda mayor parroquia de la zona urbana de Nueva Orleáns, es un isleño apellidado Rodríguez, y todavía sigue despachando los asuntos del Ayuntamiento en una casa prefabricada situada en un aparcamiento repleto de caravanas en las que viven decenas de personas cuyas casas siguen en ruinas. Los plenos se celebran en la cocina, y tratan invariablemente de cómo reconstruir la ciudad. “Hemos pedido ayuda hasta a los países europeos, pero nos dicen que esto es Estados Unidos, que si fuéramos del Tercer Mundo nos la podrían dar”, se queja el alcalde, otro descendiente de aquellos canarios que llegaron a América para quedarse. Prosperaron gracias a las tierras que les había dado la Monarquía española y al sudor de sus esclavos negros, hasta que llegó la Guerra de Secesión y la economía de la caña de azúcar se fue a la porra. Entonces, se echaron al monte. Se fueron a los pantanos del delta del gran río norteamericano, a vivir como tramperos y pescadores, cazando caimanes de 5 metros, ratas de agua y nutrias, y pescando camarones. Algunos acabaron en el fondo del Delta, en lugares con nombres irrenunciablemente españoles, como Barataria, una aldea de unos cientos de habitantes que se inunda con cada crecida del río, en el que los insectos tienen tamaños africanos. Otros fueron al borde del mar. Una de las mayores comunidades de canarios todavía sigue en la región conocida como El Fin del Mundo, una inmensa marisma. Una vez le preguntaron a uno de esos canarios de dónde era:

-Soy de las islas.

-¿De qué islas?

-De las islas de las que viene todo el mundo.

Ahora casi todo el mundo viene para las islas de las que hasta casi ayer huían nuestros inmediatos antepasados. Saque cada cual la moraleja que prefiera. ([email protected]).

Canarios del fin del mundo
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