viernes. 19.04.2024

No creo ni poco ni mucho en la política de contención urbanística (no del gasto ni de sueldos) del caótico Cabildo conejero, en donde dicen que gobiernan el PSOE y el PIL pero sólo manda a este respecto -o lo parece- el primero. No creo en la buena fe de ninguno de sus dirigentes, así reinen (Manuela Armas), gobiernen (Espino) o hagan como que hacen oposición. Esa teórica oposición se opuso también, de puertas afuera y con la boca pequeña, a la inmoral, descarada y abusiva subida de sueldos de todos los consejeros no más principió el actual desgobierno, pero ahora todos, tirios y troyanos, cobran y callan, al grito sordo del “hoy por ti, mañana por mí”. No han vuelto a decir ni esta boca es mía, por la cuenta que les trae y el cuento que se traen.

Como no creo ni medianamente seria esa presunta política de contención u ordenación urbanística cabal (ni ahora ni antes, ni con la moratoria, ni con el PTE ni con el PTA), me la tomo a broma. No da para más esa vaina recurrente, que en cualquier caso les está permitiendo a algunos listillos hacer el negocio del siglo, ejerciendo de juez y parte interesada, diciendo misa y repicando las campanas al mismo tiempo, siendo el novio en la boda y el chinijo en el bautizo. Eso sí que es bilocación de la buena y lo demás son cáscaras de lapa, para mi gusto. Don de la ubicuidad, que lo llaman.

Como nada de eso es serio, hagamos chanza de esta comedia de la que comen algunos pocos a dos carrillos. No sé si les he contado alguna vez que mi cabra mocha responde -cuando responde, que es casi nunca- al nombre de Moratoria, que no se lo puse como indirecta ni cosa que se le parezca sino porque coincidió que cuando me la regalaron, allá cuando baifita y más guapa que todas las cosas, el de la demorada moratoria urbanística (cuénteme usted otro cuento, cristiano) era el falso debate en el que andábamos embarcados por aquel entonces en esta pobre islita rica sin gobierno conocido. A falta de buena y verde hierba en el campo conejero, ella anda todavía comiéndose los sobres y las multicolores papeletas que llegaron hasta la batatera casa de este abstencionista convicto y confeso durante las vísperas de las pasadas y pesadas elecciones regionales, cabildicias y municipales de mayo del pasado año, que arrojaron los resultados que ya sabemos que arrojaron: cambiamos algunos collares pero los dueños de los perros siguen siendo exactamente los mismos de siempre, como es triste fama; los que se lo guisan, se lo comen y se lo llevan calentito así gobierne Juana o su hermana. Las papeletas que mejor y más pronto devoró mi pobre cabra fueron las que contenían las candidaturas del Cabildo, por no sé qué extraña razón o motivo. Ella también es abstencionista, como su amo. Pero vota cuando come (otros comen cuando tú votas). Y siempre que la ordeño veo reflejadas en las ubres de Moratoria a los moradores del Cabildo, por no sé qué extraña conexión cerebral o asociación de ideas sobre ordeños, mamanzas y lo que no está en los escritos ni en los papeles que se come, regocijada, mi cabra teóricamente ágrafa (se sabe de concejales o consejeros de Cultura que han leído mucho menos que ella, como de aquí a Teseguite).

Me enseñaron a ordeñar cabras, ovejas, vacas y por ahí seguidito desde muy chinijo. Pero consta que hay individuos -e individuas- que apenas han alcanzado a ver ni en pintura las ubres de los cuadrúpedos y, sin embargo, manejan el ordeño -y el mando- como consumados especialistas. No han entrado jamás en un corral, pero no abandonan la encharcada pocilga de la política ni a tiros. Algo debe tener esa mamadera cuando (casi) todos los que entran no están por la labor de salir, y a veces hay que sacarlos a gorrazos o con fuertes medidas policiales y judiciales.

Nunca estuve físicamente en el Cabildo, ni en el anterior (Cabildo Viejo) ni en el actual (Cabildo Feo). Y espero no verme obligado jamás a poner el pie allí. Pero años atrás traje a la cabra para que se solidarizara con otros congéneres, camellos, burros y demás animalitos que los pocos ganaderos que van quedando concentraron durante varios días con sus noches en los alrededores de la primera institución pública e impúdica de Lanzarote. Ellos reclamaban a los políticos un mínimo de atención al olvidado o ninguneado sector primario. Años después, siguen esperando por esas soluciones políticas... esta vez sentados, claro.

A la cabra que yo elegí le echo de comer yo mismo. A los políticos que no he votado también. Y hasta en eso demuestra el animalito ser más agradecido que los que comen y cobran. ([email protected]).

Cambio consejero por cabra
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