viernes. 19.04.2024

Por Miguel Ángel de León

El martes de esta misma semana se avisaba de una nueva alerta por fuertes lluvias en las islas más orientales de Canarias para la madrugada del miércoles. Y fue lo cierto que llovió, en efecto, aunque no más de las habituales cuatro gotas, que malamente alcanzaron para limpiarme un poco el coche mientras subía de Arrecife a San Bartolomé, y para las papitas de verano de algún agricultor de los tres que van quedando. Verdad es también que menos aceite da un carozo, aunque no había motivo real para tanta alarma o alerta, para mi gusto, aunque es entendible que algunos se quieran curar en salud, no vaya a ser -como suele ser- que cuando no decreten la alarma de marras caiga lo que no está en los escritos.

A lo peor es que resulta que a mí la lluvia siempre me parece poca porque es mucho el deseo que tengo de ella, pero sigo sin entender a los que hablan de “mal tiempo” (en la tele, las radios y por ahí) cuando se refieren a tiempo lluvioso. ¿Cómo va a ser mal tiempo la mejor de las buenas nuevas para estas sedientas y resecas islas de la parte más oriental del Archipiélago? Otra cosa son otras tierras. Otro asunto es el peninsular, donde ese mismo día y a esas mismas horas, cuando aquí caían las cuatro gotas de casi siempre, llovía como suele llover a veces en la Península, causando serios daños y destrozos en distintos puntos. Es otra historia. Aquí el agua es más mansa, casi tanto como los naturales de la tierra, y sólo en contadas ocasiones llueve un poco más de la cuenta... aunque tampoco es necesario eso para que Arrecife -un suponer- se colapse a las primeras de cambio, no por culpa de la lluvia sino de la manifiesta ineptitud política que llevamos lustros padeciendo, como es triste fama. Imagínate que se confirma el peor pronóstico y cae este miércoles la tromba del siglo y el milenio, y vete a ver después con qué cara le iban algunos a pedir el voto a los vecinos de la caos-pital, todos con el agua al cuello.

Entre los más viejos del lugar tienen muy mala fama los años que terminan en 7 con respecto a los registros pluviométricos, que los llaman. Históricamente, han dejado muy poca agua en el campo insular. Sin embargo, fue lo cierto que el primer mes de este mismo 2007 electoral nos trajo también las primeras lluvias por las que ya llevaba meses esperando la siempre agradecida tierrita conejera, que al momento empezó a verdear gracias a aquellas aguas tranquilas y vivificadoras con las que arrancó el año, cinco meses atrás.

Sigo siendo de la idea, como natural del campo que soy, de que la noticia verdadera, la auténtica buena nueva que contrasta con las improductivas matraquillas o peleas políticas electorales, es la del maná celestial en forma de lluvia, ese espectáculo cuya visión nunca nos cansa ni aburre a los adictos al mismo. Y se sabe, porque viene de muy atrás, que si algún motivo auténtico y bien fundamentado tenemos en Lanzarote para celebrar algo es la llegada de las lluvias, tal que los indios de las praderas americanas, por más y por mucho que el beneficio para la poca agricultura y ganadería que nos va quedando a día de hoy sea ya más bien escaso. Puede que sea un tic de la memoria del tiempo de los abuelos. Un pellizco de inútil melancolía, quizá. Puede ser eso: un recuerdo engañoso. Pero llevamos escrito en los genes la necesidad y la benignidad de la lluvia, así diga misa el Gobierno con sus constantes alertas rojas o encarnadas, o añadan el sermón los “hombres del tiempo” de la caja tonta de turno.

En plena recta final de la disparatada carrera electoral del 27-M, verdad es también que existe el serio peligro de que algún partido o representante del mismo en cualquier institución pública se atribuya el día menos pensado el mérito de la lluvia, puesto que en la degradada actividad política local toda mentira política encuentra sitio y acomodo, como es triste fama. Si te crees algo de lo que te cuentan los cuentistas, ve y vótalos. ([email protected]).

Buena nueva
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