viernes. 19.04.2024

Por Miguel Ángel de León

Ni siquiera hay que ser muy malpensado para llegar a la elemental conclusión de que fue algo más que una simple coincidencia el hecho de que, apenas unos meses después de que el PSOE conejero o conejo abandonara el grupo de gobierno (es un decir) del Ayuntamiento de Arrecife, dos televisiones nacionales controladas por el socialismo (aunque en realidad es Polanco el que controla al PSOE, y no al revés), ofrecieran sendos reportajes sobre la marginalidad social -que la llaman- en la que viven muchos inmigrantes peninsulares, aparte de otros “mataos” paisanos, en la caos-pital lanzaroteña. Tal “casualidad” se registró en la semihundida TVE y en La Cuatro, propiedad de don Jesús del Gran Poder Mediático.

No entro ni salgo en la calidad de ambos reportajes, principalmente porque sólo pude ver uno de ellos, previo aviso de una periodista. Sí me consta que Cuatro mintió cuando quiso recalcar que no se les había pagado nada a los drogadictos que permitieron que se les grabara sus andanzas y sus formas y maneras de suicidarse a corto plazo. Claro que no se les pagó un duro (principalmente porque ya no están en circulación), pero sí algunos euros: no menos de cuarenta, pero tampoco más de cincuenta. Total, una miseria económica para filmar la miseria humana. Lo han reconocido posteriormente al menos dos de los protagonistas del documental. Era fácilmente imaginable, pues de otra manera no hubieran conseguido que los excluidos sociales allí retratados, todos de procedencia peninsular, permitieran que se les grabase en plena faena autodestructiva para que luego sus familiares más directos y sus paisanos de Galicia y de por ahí arriba pudieran ser testigos de su fracaso vital.

El reportaje de Cuatro, perteneciente a una serie denominada “Callejeros” (“Andejeros” lo llamarían los canarios más viejos) no lo vio apenas nadie... fuera de Lanzarote, me refiero. La televisión en abierto del mencionado Polanco no ha terminado de cuajar (no digamos ya el fracasado telediario del mosquita muerta de Gabilondo, el adorado Dios terrenal de Juanito Cruz, otro que tal baila), y su audiencia sigue siendo muy limitada a escala nacional, a pesar de la publicidad constante que hace de su programación el Imperio Prisa. Pero aquí abajo ha escocido lo justito, y ha sido una magnífica bofetada sin manos a las autoridades municipales -si las hubiera o hubiese- de Arrecife, que sólo parecen darse por aludidas y abofeteadas cuando la torta les llega desde fuera de esta pobre islita rica sin gobierno conocido. Por ese lado, y a pesar de los pesares y los intereses partidistas ya citados, aplaudo la oportunidad de la emisión del documento catódico de marras, pues toda crítica al poder (a cualquier poder, lo ostente Juana o su hermana) me parece siempre higiénico, saludable y necesario.

En el último número de “El Jueves”, la revista que sale los miércoles, se le dedica un comentario en la página 19 al reportaje en cuestión: “Callejeros recorre el submundo de la drogadicción en Arrecife. Entre otros testimonios, escuchamos a sor Ana, una mujer entregada a proporcionar cobijo, higiene y comida caliente a los que viven en la calle. Ella dice que legalizaría la droga para acabar con el negocio. Señores que mandan: lo ha dicho una monja, a mí no me miren...” Pero el peliagudo asunto de la legalización del narcotráfico ya es otra historia, y otro debate demasiado profundo como para tratarlo en las últimas líneas de una simple columna de opinión. En cualquier caso, algo demasiado serio como para dejarlo sólo en manos de políticos.

NOTA AL MARGEN: No escribo para que nadie me agradezca nada (si buscara el aplauso fácil e inmediato no escribía como acostumbro, casi siempre a contracorriente), pero sí me siento obligado a agradecer los comentarios, tan unánimemente elogiosos como ciertamente inmerecidos, que generó el artículo “Mal de carnaval”, de parte de varios damnificados de esa supuesta fiesta que para muchos ciudadanos se torna en calvario, ante la total indiferencia de quienes tienen en sus manos la posibilidad evitar ese abuso sobre cientos de contribuyentes y no mueven un solo dedo por ellos, como no sea el dedo con el que se hace el gesto que todos nos imaginamos. ([email protected]).

Andejeros
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