jueves. 28.03.2024

Por J. Lavín Alonso

“Aunque mis ojos ya no puedan ver ese puro destello, que me deslumbraba. Aunque ya nada pueda devolver la hora del esplendor en la hierba, de la gloria en las flores, no hay que afligirse. Porque la belleza siempre subsiste en el recuerdo”. Así se expresó William Wordsworth, trayendo al lector con estos versos una avalancha de recuerdos en cadena y ensoñaciones de tiempos pretéritos; de viejas amistades y amores juveniles; de Colquidas por conquistar y de titánicas empresas, que los veinte años soñaban y pretendían como posibles y que, rememoradas lustros después, solo despiertan una agridulce sensación o dibujan en los labios una tenue sonrisa nostálgica.

Alcanzado un cierto estadio de la vida, son más los recuerdos del pasado que las expectativas de futuro. Tendemos más a la nostalgia, pero también, tal vez como paliativo de misma – que, por otra parte, no conduce a nada - usamos más del pragmatismo y de la prosaica realidad. Los avatares de la vida hacen que muchas cosas que antaño nos parecían perennes resultasen ser tan evanescentes como los propios sueños juveniles. Hablo de las viejas amistades; de algunas en concreto, nacidas entonces, recias y perdurables, o al menos eso creíamos, de las que ahora advertimos que ya no existen, bien por la servidumbre de la propia vida y sus imperativos biológicos o bien por nuestros propios pecados e ignorancia… nuestros o de los demás.

Si la culpa de la pérdida es nuestra, nuestras serán la congoja y el pesar, llevando en el pecado la penitencia. Pero si la culpa es ajena, y no creemos haber dado motivos suficientes para ello, la pena y el dolor pronto se transforman, al menos en mi caso, en indiferencia. A que engañarnos con hipocresías que a nadie benefician. Es preferible una buena terapia mental que un arrastrar de congojas de origen ajeno. Nuestro carácter es nuestro destino, leí en alguna parte, y una vez que tomamos una decisión, debemos atenernos a sus consecuencias.

Así pues, adiós a quienes han decidido adoptar rumbos divergentes, tirando por la borda un bagaje de años; que los vientos les sean propicios. En lo que a uno respecta, no siempre la belleza mencionada en el poema que da comienzo a estas líneas, subsiste en el recuerdo. Por tanto, y en palabras de Píndaro: aunque no sepamos lo que el futuro nos depara, ni tan siquiera lo que nos espera antes del anochecer de hoy, debemos seguir hasta el final; con las viejas amistades… o sin ellas.

Algunas viejas amistades
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