viernes. 29.03.2024

1.- Iba Linares tocando el tambor -porque no sabe tocar otro instrumento- en esa romería villera, en compañía de su acólito, Acevedo , que es también su cornetín de órdenes, y no paró de darle a los palillos en todo el cortejo; quizá por eso no se detuvo, siquiera unos minutos, en la casa de Juan del Castillo , que desde que se murió Miguel Herreros es la única fiesta romera de postín que se celebra en esa Villa. No cuento la de Antonio Luque , en la que también se concentra el personal coburgo que queda, que cada vez es menos, porque han acabado todos como el rey, casándose con hijos e hijas de plebeyos: honrados tenderos, honorables taxistas y propietarios de gasolineras. La gasofa y la coburgada, al cruzarse, da unos hijos lozanos que mejoran la raza y destierran la hemofilia. Menos mal que este país ha abierto sus ojos al taxi; ya era hora. Menos marqueses y condes y duques, que luego te salen trincones y ya no les puedes arrebatar la dignidad. Y más conductores de primera, acelera, acelera, acelera.

2.- He tenido que hacer esta crónica de dos veces porque en el puto folio no me cabe todo, a pesar de mi reconocida capacidad de síntesis. Hablo con Juan del Castillo para darle las gracias por su amabilidad al invitarme y para pedirle que me guardara algún postre, si es que las señoras de La Orotava no se los llevaron para sus casas, envueltos en papel platina, como era costumbre. Aunque a mí el dulce de la Villa que más me gusta es la tarta de tambor de Egon Bonde . Qué finura, qué delicada textura de esta receta tradicional. En Venezuela, que es la cuna de la cutrez, las señoras, cuando van a una fiesta, salen de ella con el bolso lleno de comida; y el bolso, claro, apestando a perros muertos.

3.- Linares, como Nicanor , tocaba el tambor y su monaguillo hacía de titiritero a su lado, bailando al son de los tamborazos del líder de nariz de bruja. Descarrilaron dos vacas y a punto estuvieron de descogotar al mago, que las detuvo a duras penas, y aquello sí era una fiesta. Me descuidé a la salida de la casa de Juan y se me echó encima un par, pero con gestos cariñosos; menos mal. Ya no tengo posibles para pagarme la escolta, así que tengo que ir a pecho descubierto y esto cansa mucho porque tienes que hacer de seguritas de ti mismo, que es una profesión que todavía no se había inventado. Estoy condenado a ser novedad.

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Al rebufo de la cosa
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