viernes. 19.04.2024

Por Víctor Corcoba Herrero

A veces da la sensación que vivimos al borde del límite. Como esas hojas de otoño que ya no resisten más y se van con el aire. Quién no ha oído decir alguna vez que nos movemos al límite del infarto. Quizás también fenezcamos un poco cada día a las órdenes de las prisiones. Se ha viciado el tacto de lo cristalino, el gusto por la pureza, el olor a naturaleza viva. Hasta el aire tampoco es el aire que nos refresca la mirada. Lo que se lleva ahora es lo distante y el guardar distancias entre unos y otros. La verdad es que de tanto tensar los límites puede que algún día el mundo se nos explote entre las manos y seamos historia pasada. Esto viene a cuento de lo que recientemente dijo el Secretario General de la ONU, Ban Ki-moon, al mostrar su deseo de que la Unión Europea continuase liderando la lucha contra esta frialdad contaminante, el cambio climático a través de su ambicioso paquete de política energética y ambiental. Puede que lo hiciese pensando en que la crisis financiera podía afectarle, y no debe, porque esto de vivir al límite como ahora se vive es un riesgo que hay que atajar. Es otra crisis más y de tanta importancia como la económica. Si hay alguien que debe dar ejemplo son las naciones en desarrollo. Los países industrializados, por conciencia crítica, han de comprometerse, ya no sólo con las tecnologías limpias, también con el corazón limpio.

Desde luego, hace falta estimular el cambio social hacia la sostenibilidad pero, igualmente, es de justicia avivar el cambio humano hacia el acercamiento de unos para con otros. Son problemas sociales y globales. A todos nos atañe y repercute. Hay que poner por modelo las buenas prácticas humanas y el compromiso de las empresas en la elaboración de proyectos que incidan en la reducción de emisiones de gases de efecto invernadero, sin obviar esos otros gases humanos tan repelentes como los anteriores, ya que algunos se han tragado las rimas de Bécquer. Hemos perdido tantos amores y se han ganado tantos odios, que la depresión nos alcanza por doquier. En nuestro país tenemos el Sistema de Compromisos Voluntarios de Reducción de emisiones, una iniciativa conjunta del Observatorio de la Sostenibilidad en España (OSE) y del Ministerio de Medio Ambiente, con el objetivo de incentivar las reducciones voluntarias de gases del efecto invernadero por parte del sector privado en aquellas actividades no sujetas al régimen de comercio de derechos de emisión según se dispone en la normativa por la que se regula el régimen del comercio de derechos de emisión. Me parece una buena idea que las empresas o entidades que se adhieran al sistema consigan una mejora de la imagen corporativa a través de diversos logotipos y publicidades. Pero también sería saludable para el hábitat que volviese a sonreír el cielo de la tarde porque unos ojos le han versado.

El que la Comisión Europea haya dado a conocer diversas iniciativas dirigidas a preservar los bosques del mundo es otra buena noticia, teniendo presente que la misma vida es un árbol que asciende hacia la luz pura. Lloran nuestros bosques porque la tala ilegal y la deforestación prosiguen su camino. La biodiversidad empieza a ser en algunos sitios un vacío desolador. Los datos son los que son. La realidad es que los follajes están desapareciendo actualmente a un ritmo aproximado de trece millones de hectáreas por año. En consecuencia, lo que propone la citada Comisión me parece lo más justo, un reglamento dirigido a reducir al mínimo el riesgo de comercialización en Europa de madera y productos de la madera obtenidos ilegalmente. El reglamento propuesto obligará a los comerciantes a conseguir garantías suficientes de que la madera y los productos de la madera que venden se han obtenido con arreglo a las leyes aplicables en el país de origen. Los últimos antecedentes nos indican que la deforestación es responsable de casi el veinte por ciento de las emisiones mundiales de gases de efecto invernadero y se ha convertido en una cuestión fundamental en las negociaciones internacionales en curso sobre un nuevo acuerdo de la ONU respecto al cambio climático para después de 2012.

En cualquier caso, pienso que la ofensiva contra el cambio climático no ha hecho más que empezar. Debiéramos considerar tomar medidas mucho más estrictas, que han de suponer cambios en modos y maneras de vivir, puesto que las emisiones de gases están profundamente ligadas a nuestro modelo de producir y consumir, tanto es así que no solemos ser conscientes de la multitud de actos cotidianos asociados a emisiones de gases de efecto invernadero que sembramos a diario nosotros mismos. La contaminación atmosférica hace irrespirable algunos lugares, lo que representa un riesgo ambiental con consecuencias perjudiciales para la salud. Lo sensato es que todos los gobiernos fomenten una mayor penetración de las energías renovables, incentiven una adecuada gestión de los residuos, establezcan políticas forestales o se aviven ciudades limpias. Esto sólo se puede conseguir con una población concienciada para ello, algo que por cierto hasta época reciente se ha ignorado en los planes educativos y no se ha tomado en serio.

Por esto, es necesario proponer una mirada sobre el medio ambiente con efectos educadores y educativos, que nos haga ver la dimensión globalizada del planeta como la casa de toda la familia humana, y por otro lado tomar conciencia de lo vital que es un uso justo de los recursos por parte de todos. El eslogan de “usar y tirar” todavía prevalece en el pensamiento de muchas gentes, sobre todo de esa parte del mundo industrializado. Cambiar las costumbres no es fácil, por ejemplo la de hacer uso de las cosas necesarias. Para destruir las malas prácticas -como dijo Ganivet- la ley es mucho menos útil que los esfuerzos individuales. Nosotros mismos somos nuestro peor enemigo. Somos el límite del límite. Nada puede destruir a la Humanidad, excepto la Humanidad misma. Lejos están las inmarchitas horas matinales, dijo el poeta y le desterraron por improductivo en una sociedad de consumo.

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Al límite de la destrucción
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