viernes. 29.03.2024

Está claro que también los periodistas nos dejamos seducir por el vil metal. El peor ejemplo lo tenemos en Javier Sardá, capaz de echar por tierra una intachable trayectoria por, como él mismo ha reconocido, ganar más dinero. En una entrevista le preguntaron que si notaba que había perdido el respeto de sus compañeros, a lo que respondió que sí, que lo había notado, como había notado que había ganado el respeto de su director de banco. Actualmente su fortuna se calcula, euro arriba euro abajo, en 40 millones. Después de su sorprendente abandono, parece que va a regresar para hacer un programa de viajes, un programa basado en el periodismo que ya practicó cuando trabajaba en la radio y que se va a pegar un castañazo de audiencia de tres pares de narices. Tiempo al tiempo.

Este amor por el dinero está provocando que se reinviertan los valores de la profesión. Antes tenía mucho más prestigio ser un periodista de informativos, un corresponsal envuelto en todo tipo de follones bélicos, que ser un periodista de la crónica social, que era como se definía a los que hoy forman parte de la legión rosa -no, a la Legión no le pasa nada, sus soldados siguen siendo los más rudos-. Ahora es al revés, el que tiene prestigio es el que se dedica a bucear en la intimidad del prójimo y el que no lo tiene es el que arriesga su vida en los muchos conflictos que amenazan el orbe. Al fin y al cabo, ¿cuánto puede ganar un corresponsal de guerra, cuánto puede ganar un redactor de informativos, cuánta gente escucha o lee una crónica hecha a pocos centímetros del siseo de las balas? Los periodistas de guerra ganan mucho menos que cualquiera de los periodistas que participan ahora en los programas del corazón de la tele o de la radio, y sus crónicas son seguidas por una inmensa minoría que además suele ser la misma que ve los programas de La 2, esos que todo el mundo dice ver pero que en realidad no ve nadie.

El caso que más me ha sorprendido de los últimos que he visto ha sido el de Maxim Huerta, un muchacho que presentaba los informativos de Tele 5 por la noche y que a mi juicio lo hacía muy bien. Aquí le conocemos además porque suele venir bastante, especialmente a Playa Blanca, al sur de la Isla. Pues bien, a Maxim le vemos ahora sin corbata y bastante descamisado amenizando las mañanas con Ana Rosa Quintana y frivolizando con la vida de los demás. Mucho más suelto, más divertido y nada convencional, enterrando creo que definitivamente su faceta como presentador de informativos. Tele 5 le pagará mucho más de lo que le pagaba cuando presentaba los informativos -estamos hablando de sueldos millonarios-, pero siempre nos quedará la duda a los que como yo pensamos que el prestigio real dentro de la profesión no lo da la prensa rosa de lo que pensará por dentro Maxim. ¿Será más feliz ahora que tiene la cuenta en el banco más llena o añorará las felicitaciones recibidas por la buena labor que desarrollaba ofreciendo la última hora del día? No lo sé, pero si tengo oportunidad se lo preguntaré algún día, como se lo preguntaría a Juan Ramón Lucas, a Ernesto Sáenz de Buruaga y a tantos otros desaparecidos en combate.

Con esto que quede claro que tampoco quiero juzgar a nadie. Al contrario. Yo mismo no sé qué haría si de repente me ofrecen una millonada por presentar el Aquí hay tomate. No me veo haciendo de Jorge Javier Vázquez, pero sería incapaz de asegurar que no lo haría. Me siento capaz de hacer cualquier cosa que tenga que ver con los medios, aunque de momento tengo algunos límites.

Con el respeto por tanto que me merecen todos los periodistas, trabajen en el ámbito de la comunicación en el que trabajen, sí que me gustaría hacer una última reflexión sobre los métodos de trabajo. En ocasiones me quedo con ganas de llamar a alguno de los programas del corazón, en especial a Salsa Rosa -Tele 5 lo ha cambiado de nombre, ahora se llama Dolce Vita- y a Dónde estás corazón. A día de hoy sigo sin entender por qué los periodistas en lugar de hacer preguntas a los invitados se dedican a echarles broncas, a sentar cátedra sobre lo moral o inmoral de sus comportamientos. Parece que se han convertido en una especie de tribunal inquisidor. Eso sí, un tribunal inquisidor que funciona, que tiene audiencia y que por lo tanto da mucho dinero, que al fin y al cabo es lo único que importa hoy en día. No me extrañaría que en un día de mucho calor personajes como La Patiño -esa muchacha a la que parece que le van a explotar las venas del cuello- fueran finalmente los protagonistas de la noticia, lo último que tiene que ser un buen periodista.

Otro día insistiré en el tema del intrusismo profesional que también empieza a golpear con fuerza en Lanzarote. Me quedé con ganas de preguntarle al secretario de Estado de Comunicación, Fernando Moraleda, sobre las acciones que está llevando a cabo su departamento para evitar esta lacra. No estaría mal que empezaran a dar ejemplo en las instituciones públicas, que se pida el título universitario para llevar los gabinetes. Sería un primer paso para regular una profesión que se nos ha ido de las manos.

Agradecimiento: Un año más agradezco a un buen amigo que me haya traído uvas a mi casa. Es una pena que un fruto tan delicioso termine botado en los vertederos.

¿A dónde va el periodismo?
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