miércoles. 24.04.2024

Por Serapio Manuel Rojas de León

No supe nada. No me comunicaron tu ida a ese lugar eterno que impide los regresos. Ha sido una conversación sin trascendencia la que te descubrió extinto y yo no reaccionaba incrédulo.

La vida continúa inexorable estúpida y egoísta no sabemos hacia dónde y nos descubre ante la realidad de la muerte inútiles e insignificantes. Así me he sentido yo, cuando sin darme apenas cuenta, supe de tu marcha definitiva, pues a pesar de tanto adelanto y modernidad no nos damos cuenta de que inmersos en nuestra cotidianidad a nuestro alrededor los demás existen o dejan de existir.

No es una excusa, pero imagino, quiero pensar que te acompañaron los tuyos y que estuvieron a tu lado hasta tu despedida, pero yo Miguel, no podía porque no supe nada.

Sí. Ya lo sé. No debo reprocharle nada a nadie, que Tu precisamente por eso no era por lo que destacabas, sino por tu desapercibida presencia haciendo lo importante sencillo y lo simple interesante. Quizá también yo debí poner algo de interés por saber de ti los últimos tiempos, pero en fin...

Tu Villa natal no se engalana para despedirte, claro que a ti eso no te hizo falta y tampoco te importaba, pero una vida dedicada a la Administración Pública en la casa común del Ayuntamiento de Teguise con labor simultaneada en el Juzgado de Paz, ese otro lugar en el que un amigo también nos abandonó tiempo atrás con su actitud silenciosa y discreta, Jordán González, después de realizada su labor callada y eficaz, cuando menos nos deja el agradable sabor de boca de gente pública honesta y honrada, que al igual que tu Miguel, nos deja escribir regocijados los renglones sin tener que tragar malos nudos por no saber que decir, sino que convencidos de la grande persona que fuiste, o al menos la que a mí me tocó en suerte conocer, engrandeces por sí solo las palabras por encima de lo que yo pudiera dedicarte y eso no conlleva homenajes porque para muchos de nosotros el homenaje eras Tu.

Miguel, no saludé a los tuyos ni les acompañé en ese último trance de pasar un ratito junto al féretro que te acogió, nuestra última cuna, que nos mece en el trayecto a la inmovilidad perenne, y aunque te parezca insistente, se debió a que no me enteré y la culpa no es de nadie, o sí, quizá mía propiamente, refrendándose que los de "esa cosa de allá atrás" o los del "pueblo ese moruno", tus frases de casi a diario para hacerme rabiar cuando recalcabas que "algunos de ese pueblo no se merecen nada" sonriéndome bromísticamente con lo de "lo único bueno que ha salido de allí es el pan", a lo mejor significaron que no merecía saber de tu muerte y por ello no acudir a tu despedida del adios infinito, pero me ha dejado un no se qué inexplicable y añoranzas indescriptibles, que no me resuelven nada, inculcándome que no podemos continuar tan embuidos y emperretados en lo absurdo para olvidarnos los sentimientos y de las personas.

¡Cómo pasa la vida!. Y con ella los años, los nuestros claro, pues Tu sabiamente decías que mientras ella va sumando y continúa, nosotros se los restamos para desaparecer.

Conservo tantas risas y sonrisas en los recuerdos agradables, tantas anécdotas y vivencias, así como incluso aquellas de las que no siendo partícipe directo, nos contaste de tus experiencias vividas desde que entraste a trabajar en el Ayuntamiento desde antes de irte al Cuartel y hasta que te jubilaste.

Toda una vida gestionada de libros de familias, de certificados de nacimientos, de actas, de escritos y documentos, pero sobre todo de generaciones de muchachos con expedientes para el servicio militar y luego ya hombres de sellos en sus cartillas del ejército. A mis 18 años ya te conocí precisamente con motivo de ir a preparar ese expediente militar y en el Archivo Histórico se conserva la tabla de medidas que todos conocemos con tu nombre sin llevarlo grabado, pues eras Tu quien la usaba para apuntarnos, recién alcanzada la mayoría de edad, nuestra estatura.

Hoy he contemplado largo rato la foto de un día de carnaval de allá por el año 1.989, que nos la hicieron en el patio del Ayuntamiento, cuando era un patio, hoy Miguel, no es más que una recepción fría e impersonal donde apenas se le ve la cara a los auxiliares detrás de un mostrador y que para acercarte necesitas de un número para que luego te atiendan. Te cuento que miraba la fotografía resultado convenido de acudir ese día a trabajar con camisa blanca y lazo rojo, por la extraña sensación experimentada de que no se me escaparon lágrimas, ni me invadió tristeza, sino que observándote, mis labios reaccionaron esbozando una sonrisa.

Una sonrisa sencilla sin alegría desmesurada ni tristeza apabullante. Sonrisa de agradecimiento a la vida, Miguel, por haberme permitido la suerte de haberte conocido.

Esa imagen que recoge tu presencia de un momento vivido, será el testimonio que impedirá olvidarte y que permitirá recordarte con añoranza y con cariño.

Aprovecho estas líneas para enviar mi más sentido pésame a toda tu familia, pero ya sabes que quizás por relación más cercana, me perdonarán los demás si no les nombro, le envió este saludo a tu hijo Suso, compañeros que fuimos en el Esperanza Spínola con una obra de teatro en la que tu vecino Paco me endilgó un pequeñito papel. A tu hija Inmaculada, con la que tuve la suerte de compartir experiencias en el Consejo Escolar de Canarias, y a su marido, tu yerno Paco, que conozco reconozco de tomarnos algunas cervezas y algún vino. También al más pequeño Luis, que si bien no hay amistad, sí que nos reconocemos cuando nos vemos. A tí Miguel, darte las gracias por haber existido.

Ah, se me olvidaba. Seguro que lo supiste, pero por si acaso, te lo restriego. De "esa cosa de allá atrás" de aquel "pueblo moruno" de "algunos no se merecen nada" tienes ahora en tu querido Club de Futbol de Teguise, del que fuiste su Presidente, precisamente a un Presidente de mi pueblo, y qué casualidad, uno de los responsables también de que el pan que sale de allí, siga siendo tan bueno.

Porque te lo mereces, que descanses en paz. Un saludo.

A don Miguel Hernández, "desde allá atrás", mis respetos
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