jueves. 18.04.2024

Por Miguel Ángel de León

Barrio Sésamo. Sale el machanguito peludo señalando los días de la semana: “Siete, vamos a cantar la canción del siete. Vamos a contar los siete días”. Etcétera, porque ustedes también fueron chinijos y lo recordarán mejor que yo, que todavía lo soy (mentalmente). Aparte de mi natalicio, del siete se dice que es el cabalístico número de la suerte, aunque la mía me llegó esta semana con el 5: los 5 resultados que trinqué en el Quinigol... pero hubo otros 14 que colocaron los mismos pronósticos en el boleto, y al final cobraremos 1.119,28 euros (no llega a las 200.000 pesetas que algunos llaman antiguas, como si las hubiera o hubiese modernas). Ni para pipas, Pepa.

Siete (7, para el matemático) es el número mágico para casi todas las culturas, y es símbolo de la relación entre lo divino y lo humano, cuyo resultado final es la creación del Universo y parte del extranjero, que le llevó a Dios 7 días que se agarró de ajuste. Siete son también las virtudes teologales. Siete fueron las frases pronunciadas por Nuestro Señor Jesucristo en la cruz.

La sexualidad se asocia con el siete (y con mi concreto signo zodiacal, ejem...). En Argentina me enteré de que allí le llaman “el 7” al culo (con perdón) de una mujer. “No lo cojo”, le dije a la buena bonaerense que me lo contó, y la encharqué del todo porque allí “coger” significa lo que significa.

Siete son los colores del arco iris. Siete son los pecados capitales. Siete eran los sabios de Grecia (hace siglos que ya no se ven tantos juntos en un mismo sitio, si exceptuamos cualquier programa de televisión). Siete eran los apóstoles de Nuestro Señor Jesucristo... hasta que se sumaron otros cinco (no vale hacer rimas). Si ustedes han leído La Biblia, verán que en el Apocalipsis se abren siete sellos antes de que se desate la ira de Dios, que somete al mundo a siete juicios y es escoltado por siete ángeles que hacen sonar siete trompetas para enviar siete castigos sobre los injustos y los políticos (con perdón por la redundancia).

Se habla de los siete mares, como de las siete vidas del gato. Siete son las edades del hombre: infante, niño, amante, soldado, adulto (o adúltero), maduro y senil. Siete son las bellas artes: pintura, escultura, arquitectura, literatura, música, danza y cine (excepto si es cine español). Siete son las colinas de Roma, y siete fueron los reyes de la ciudad eterna en la que el tráfico es casi tan caótico como el de Arrecife (doy fe de ambos desastres).

Siete son los las maravillas del mundo. Siete son las maravillas de Lanzarote, conocidos como los 7 centros turísticos. Siete han sido los “maravillosos” presidentes que han ocupado la principal poltrona del Cabildo en la actual y mal llamada legislatura. Siete son los partidos políticos por los que ha pasado el J.R. lanzaroteño, que de último ya sólo pasa por los juzgados. Siete son los goles que mereció meterle el Atlético al Real Madrid, que va de blanco por la leche (léase, suerte) que tiene, de toda la vida de Dios.

¿Y por qué les venía yo hablando hoy del siete? Ah, sí, por lo que leo en el ABC: “Siete guardias civiles hacen frente a todo el fenómeno migratorio en Lanzarote”. Ese control conlleva, según cuenta Erena Calvo en su crónica, el sistema de vigilancia, la preparación de los dispositivos de rescate, salir a la búsqueda de los inmigrantes, proceder a su detención y atender sus necesidades una vez en comisaría. En realidad, la plantilla está compuesta por 15 guardias, pero a principios de mes la mitad estaban de baja. Los siete números en activo llegaron a hacer guardias de “hasta 20 horas seguidas en La Graciosa”.

Es lo que dicen los viejos: “Aquí no pasa una desgracia mayor porque Dios es grande, caballero”. El 7 nos defiende. Va a ser verdad que es el número de la suerte. ([email protected]).

7 héroes
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